29 noviembre 2009

[descripción]

El momento en que de verdad empiezas tu largo viaje. El momento en que tomas asiento en una cómoda butaca del tren de largo recorrido al que te has subido. La manera en que la suavidad de su respaldo equilibra la inquietud que te ha traído hasta aquí, y que te ha hecho tomar una vez más, otro violento cambio de ruta.
Esas primeras miradas con los compañeros de vagón, tratando de comunicar ansioso tus emociones con las suyas, como si se pudiera conseguir a través de una conexión visual lo suficientemente profunda.
Luego la soledad de tu asiento, tu ración de ventana, tu primera sensación de movimiento y tus primeros metros recorridos. La impresión de que por fin, todo queda atrás.
La respiración tranquila, el traqueteo del tren, algunas voces. Un ligero descenso de la presión arterial, y un brusco efecto corporal: la clarísima inyección de libertad saciada. Nítida como la satisfacción de una droga.
Pero después, un súbito nudo en el estómago. La idea de que ya no hay vuelta atrás. Que ya te has marchado, que ya no puedes volver. Pinchazos imperceptibles en el cuello, presión en el estómago, incomodidad entre pulmón y pulmón. El inesperado y asfixiante vistazo al abismo de una verdad tantas veces desaprendida: las cosas no quedan atrás. Las cosas viajan contigo.
Un poco más de presión en el estómago, más suave, vertical, hacia el pecho. Hormigueo en las sienes, y finalmente, otra profunda respiración.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo he leido y parecia que estubiera en tren ahora mismo... me gusta!