03 noviembre 2010

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La invención de Nune fue la parte más difícil. Tuve que imaginar una especie de ganadora del concurso femenino de mi imaginario. Como la seleccionada por el tribunal de mis deseos, aunque con una clara consigna: que no fuera perfecta. Ese detalle, unido a la precisión y a la profundidad que necesitaba cada uno de los personajes, empezó a erosionarme. No conseguía imaginar nada completo, y a medida que me desesperaba, que fallaba en conseguir esa Nune perfecta y no perfecta, lentamente, perdía mi fe en la existencia del amor. Era un razonamiento simple: si no soy capaz de imaginar una Nune real, es que Nune no existe. Es que no existe el amor.

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