11 enero 2012

[la tapa de la caja negra]

Para definir la tapa de la caja negra bastaría con decir que estaba sucia y que su tacto era desagradable; pero había algo más en ella. Las sucesivas capas de polvo sedimentado se agrupaban de una manera peculiar, puesto que en lugar de organizarse en estratos por antigüedad, los diferentes niveles formaban un único perfil, compacto y homogéneo. Esa uniformidad resultaba sospechosa. Como si ninguna época de acumulación de residuos quisiera significarse, decididas todas a unirse en un sindicato unificado y atemporal de la suciedad. En cambio, la gruesa capa de mugre rugosa tenía un tacto irregular, accidentado, que recordaba al de la orilla de una playa de piedras. Había incrustados en ella todo tipo de objetos minúsculos, los detalles de los cuales eran apreciables con toda claridad. La experiencia mística se completaba con acariciar aquel elegante montón de deshechos tan delicadamente decorados. Pasar los dedos por la superficie de aquella roña mágica producía un efecto de viaje hacia las memorias más íntimas. Recordé anécdotas que creía olvidadas y soñé imágenes que me sorprendieron. Vagué deteniéndome entretenido entre una y otra idea, hasta que topé con la inquietud básica -el misterio infantil- de liberar un secreto. Y es que jugar y fantasear con los estímulos de la tapa tenía un tiempo limitado, tras el cual proseguía inevitablemente el descubrimiento de la verdad. Así que abrí la caja.

1 comentario:

Groje dijo...

¡Qué ganas tenía de poder leerte con calma!