16 febrero 2012

[estudio de la variación de un timbre]

Tu voz tiene distancias con vida propia. Camaleónica, se transforma sobre sí misma a medida que se aproxima. Allá, en lo más lejano, es el canto de un pájaro que vuela bajo, sutil, pero presente. Como un violín que destaca humilde sobre una orquesta de rumores, nace la sospecha de que algo bello se acerca.

Cuando su presencia -aún distante- ya no puede ignorarse, es agua clara que desemboca sobre una hierba -verde como la primavera- y la inunda, incesante y deliciosa. Después, cuando está casi al alcance del tacto, sus ondas vibran y lo rodean todo, y me abrazan por completo. Nítida y graciosa, elocuente como una guitarra traviesa, tu voz es entonces una niña que ríe; y su fuego encendido, una armonía hipnótica.

Pero si no existen fronteras entre nosotros, y ocupo tus labios -y eres toda aliento y sabor- los silencios toman la palabra, el paisaje de aromas eclipsa la partitura, y una brisa ligera esparce el calor que nos reconforta. Ahí los susurros son tesoros del alma, joyas de hielo que se deshacen, como misterios resueltos por la simple calma del tiempo.

Es sólo cuando estoy dentro tuyo -tanto, que creo serlo- que pierdo la conciencia de en qué se ha convertido. Dices esa palabra que sabes, silbas esos fonemas que inventas, y todas tus voces se alinean en círculo, se entremezclan, y forman un coro, excepcional y purísimo. Y en el éxtasis de su metamorfosis, tu voz me derrota, como lo hace el amor cuando somete a sus amantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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