22 noviembre 2013

Todos los ellos, las ellas

Hay alguien ahí. Un hombre que fuma, una mujer vestida de rojo, un par de niños que charlan tranquilos. Hay presencias, hay luces, hay ecos en forma de presentimiento. Les notas, están ahí, entre el cosmos y tus pestañas. Tú, que no crees en lo sobrenatural, miras la lámpara sobre la madera: un halo impreciso que insinúa destellos, flexiones del tiempo, tal vez apenas recuerdos de otras vidas. O tal vez sombras que se cruzan, siempre invisibles, como burbujas con fuego, como si fueran energía. Porque lo son, porque deben serlo. Y como un perro atento a señales extrañas, agudizas los sentidos, aunque sepas que no sirve de nada. El suelo sigue firme, la puerta sigue cerrada, el aire todavía no habla. Pero sigue habiendo alguien ahí, junto a la cortina, estirado en la cama, con su mano apoyada sobre tu hombro. Puedes incluso imaginar quién te está hablando, qué te está diciendo, porqué está llorando, de qué se está riendo. Y si es que no tenías los ojos cerrados, los cierras. Y si es que no estaban abiertos, los abres.

15 noviembre 2013

Una historia hondureña

Blas, el hijo de Lolo, no recordaba nada de su infancia. Su primer recuerdo se remontaba a la adolescencia, a su primer día de clase en el Instituto Harrelman, un centro privado de enseñanza secundaria que estaba en la Avenida Cortés, en Tegucigalpa. Su padre lo había matriculado entre las prisas de la mudanza, como si se tratase de una gestión más, de un mueble más, de otro elemento más de la lista de tareas que había que tachar, una a una, para poder olvidar de una vez por todas su pasado español. Blas recordaba entrar por las amplias puertas del Instituto sintiéndose empujado por la espalda, como si algo o alguien lo estuviera obligando a nacer. Que no pudiese recordar nada de su pasado anterior, Blas sabía que se debía a algún tipo de bloqueo mental, y si jamás tuvo la más mínima curiosidad, la más mínima tentación de tratar de escarvar en la memoria, fue por el legado de actitudes que le dejó su padre. Lolo solo hablaba de España cuando estaba borracho, y cuando lo hacía, las historias eran tan inconexas como inverosímiles, y a Blas le generaban un rechazo parecido al que se siente cuando se oyen desvaríos de una persona que ha perdido la razón. Blas aborrecía tanto la peste a alcohol de su padre como la sordidez de su anecdotario. Y en el Instituto Harrelson, en régimen de internado completo y con salidas de fin de semana no obligatorias, Blas encontró un remanso de paz en el que aislarse y empezar a tejer una nueva red de recuerdos que eliminase los anteriores. Las clases de Química con la profesora Wilmer y sus avalorios imposibles, las tardes leyendo en los jardines del patio y fumando a escondidas, o las horas tratando de convencer a Julia para que subieran a su habitación, donde no estaría Alfredo, su compañero de cuarto, su único amigo. Tal vez sí aquellas manos pequeñas, tal vez también aquel perfil de algo que parecía una sierra o un prado larguísimo, o tal vez también unas voces de niños gritando en una calle estrecha podrían ser recuerdos españoles, recuerdos anteriores al Instituto Harrelson, pero Blas no les daba importancia, no los tenía en cuenta, los consideraba imágenes residuales como las que se tienen cuando uno despierta, cuando los sueños terminan su función, y quedan escenas en la retina que aún no se han olvidado. Pero Julia, Julia desnuda la primera vez que lo hicieron, la profesora Wilmer y sus experimentos absurdos, o Alfredo, Alfredo explicando batallas de su barrio y sus partidos de futbol, aquellos sí eran recuerdos válidos, historias que ahora explicaba con ternura, sin remordimientos, sin olor a alcohol, sin acento de España.

08 noviembre 2013

[Susto incomprensible]

Los ríos de gente que nos rodeaban no eran nada.
Los gritos de miedo, las apneas del sueño,
tampoco eran nada.
No nos perseguía nadie.
No nos dolía nada.

Y todo acababa con una breve y clarísima
frase de satisfacción.

29 octubre 2013

En fin, literatura

Palabras nacidas en playas desiertas, en granos rugosos como de piedra. Palabras de la calle, palabras del aire sin tiempo de los viajes, de los sueños, de los amores. Palabras sin peso, de viento, de tránsito. Palabras que ocupan el espacio que crean; que cierran los círculos que ellas mismas empiezan. Y después ilusiones, visiones clarísimas cuando los ojos dormidos, escenarios vividos en vidas pasadas. Porque la realidad es también una construcción, una interpretación, una paradoja compartida solo a medias. Palabras que definen, que limitan, pero también palabras que generan, que expanden, que iluminan. Y placer. Placer de sentirse entre membranas, entre dimensiones mentales y espacios abstractos; placer de leer, de escribir, de flotar en materia vacía, estética, purísima.

22 agosto 2013

El día que salvé a la humanidad del desastre


Ojalá todo el mundo fuera como tú, me dijo. En verano se agudizan las molestias incívicas y se suelen trasladar a la residencia de verano todas las quejas acumuladas en invierno; la chica había dicho aquello de manera inocente, sin más intención que agradecerme, como felicitándome porque por fin alguien recogía la caca del perro, seguramente cansada de encontrarse los desperdicios por el suelo, molestando la salida de su casa, incomodándola, sufriendo por si su hijo pisaría las heces, y después tenerlas que limpiar, etcétera.

Pero a mí aquella frase más bien me produjo una turbación que en absoluto hubiera esperado en aquella tarde de sopor y siestas mal dormidas, en aquel paseo con mis dos perros, frente al mar, todo en principio tan sencillo. Ojalá todo el mundo fuera como tú, y de repente imaginar un mundo en que, literalmente, todo el mundo fuera como yo, las calles plagadas de réplicas exactas de mi persona, y no es que me tenga en baja estima pero la imagen era intolerable, nadie más que yo en todas partes, qué horror, qué ausencia de variedad, qué rutina exasperante, qué exagerado y diabólico monopolio narcisista.

La cuestión era grave: no solo tú no existirías, sino que tampoco mi familia, mis amigos, nadie; tal vez inlcuso en los carnés de identidad solo hubiera un número, y cuál sería, ¿acaso un horrible y despiadado uno para todo el mundo? Pero además en las conversaciones todas las temáticas girarían entorno a mí, solo mis temas, mis rutinas, mis pasiones, mis conocidísimos discursos, mis eternos miedos; qué vértigo inasumible.

Por aquel entonces había encontrado una oferta en una tienda asiática de tres rollos de bolsas para las cacas de perro por noventa céntimos, una opción muy barata y además graciosa porque las bolsas eran rosas, azules, incluso alguna en blanco y negro con una especie de topos en forma de pezuña. Yo conocía el tacto de aquellas bolsas a la perfección, la manera exacta en que había que cortar en la fractura para que no se rompiera la bolsa, el método correcto para no ensuciarse los dedos, incluso la postura idónea para no absorber ningún aroma durante el proceso.

Por eso sabía que la operación no resultaría demasiado complicada. Había llegado a casa derrotado por aquella sentencia, por aquel deseo malvadísimo y atroz que aquella endiablada chica había lanzado así, sin más, con tan funestas consecuencias para mi imaginación, que había vuelto a perder el norte, como tantas otras veces en el historial de una mente aficionada a la tribulación, perdido en un infierno de suposiciones terribles: todo el mundo como yo, el mundo se va al garete, el colmo insostenible del egocentrismo, un auténtico genocidio producto del absolutismo de un solo individuo.

Sabía que la operación no era demasiado complicada pero todo dependía todavía de un factor importantísimo: el camión de las basuras no debía haber pasado todavía, porque en ese caso, en ese caso el más pérfido horror, no habría vuelta atrás y la inocente solicitud de aquella chica podría llegar a cumplirse, así que después de sudores y gritos y llantos quebrados como en las grandes ocasiones de delirio íntimo, salí literalmente corriendo hacia la papelera donde recordaba haber depositado la hermosa bolsita rosa con la caca endemoniada, con la mierdecita perversa y envenenada que podría enviar toda la estirpe al más terrible de los desastres.

Es cierto que durante la operación hube de descuidar mi higiene en algún momento, pero los daños colaterales (cuatro impregnaciones en los dedos, la adquisición de un ligero tufo en el dorso de la mano) eran mínimos en comparación con la ignominia que, de no haberme tragado orgullo y modales, nos hubiera destrozado a todos.

Pero pude cumplir con mi misión. Ya era de noche y conseguí colocar la caca en su debido lugar, sin testigos, enfrente de aquel frío y turístico portal. Pero las gestas gloriosas siempre cierran un círculo, y tal vez por eso tuvo que suceder que justo cuando daba por terminada mi operación, mientras miraba con una profunda satisfacción y despecho la caca culpable de todos los desvaríos de aquella tarde, la mismísima chica que había empezado todo aquel descalabro, salió por el portal.

En la mirada que nos dirigimos cuando hubo entendido qué estaba haciendo yo ahí, no hubo agresividad, ni reproche, ni tan siquiera sorpresa. Estoy seguro de que ella también había recapacitado sobre su frase, y que entendía perfectamente mi acción. Sin decirnos ni una sola palabra, nos despedimos con un mínimo gesto de complicidad, y pude volver a casa, por fin tranquilo, pero también con la sensación de haber llevado a cabo el gesto más heroico de mi mínima existencia, y como en la más grande de las historias épicas contadas y por contar, sentí el infinito placer secreto de saber que acababa de salvar del ocaso a la mismísima humanidad.

18 agosto 2013

Un sábado cualquiera

Dani llegaba siempre puntual, a la una y media, con sus andares de hermano, con su sonrisa pacífica. Para entonces Leo (nuestro padre) ya se había aburrido un buen rato en la televisión: el programa de desastres naturales, las tertulias de política, la exasperante publicidad. Marga, todavía en la cocina, saldría un momento a saludar, a captar las primeras impresiones, la infalible diagnosis de una madre que lo presiente todo. Después entraría yo, un pelín tarde, ya habéis abierto una de patatas, pues abro otra, quién quiere una cerveza, está bien, fumemos. Y entonces el fluir de la conversación, el trabajo de Dani, las cosas de Cambrils, el rugby, el padre echándose unas risas con sus muchachos. Y siempre a las dos, irremediablemente puntuales, la mesa ya estaba lista, qué hay para comer, va a estar riquísimo, acércame el plato, pásame el vino. Así eran los sábados: mientras comíamos y hablábamos, interrumpiéndonos los unos a los otros, deshilachando temas de aquí para allá sin destino claro, tejíamos la lenta red que envuelve eso que llaman familia, el pequeño y enorme universo que los años sedimentan. Después del segundo plato venía el postre, y entonces el juego de ver quién tenía el privilegio de repasar el poco helado incrustado en el envoltorio. El ritual se completaría entonces con la llegada de la siesta, una tradición irrenunciable, una dispersión ordenada y mecánica: yo voy al sofá, yo a la cama grande, yo me voy abajo. Y algunas veces la reunión terminaba aquí; el café de la tarde ya era como de otro momento, tenía otro ritmo, era ya solo un corto preludio de la continuación de nuestras vidas, del siguiente segmento de tiempo sin vernos hasta el próximo sábado. Pero en ocasiones, tal vez porque fuera verano, tal vez porque no había nada más que hacer, el café se tomaba en la terraza, y entonces descubríamos el reverso de la fotografía, las palabras que no cabían en el primer debate, una tranquilidad conocida, la vaga fantasía de volver a estar juntos los cuatro, solo los cuatro. Aquella tarde de agosto, aunque sonara un teléfono, aunque se disolviera definitivamente la reunión, yo diría Dani no te vayas, estamos tan bien aquí, y él asentiría con expresión sincera, se marchaba pero comprendía, y ese minúsculo lapso de constatación de armonía haría tan feliz a nuestra madre, les haría tan felices a los dos, que no lo podrían evitar confesar después. Sintieron como si todos los círculos se cerrasen en un mismo punto, como si toda la aventura de vivir y formar una familia alcanzase un punto de esplendor momentáneo, una iluminación breve pero sublime, una ráfaga de amor que no les iba a abandonar hasta la próxima reunión, hasta la próxima comida, hasta el siguiente sábado.

21 julio 2013

De evasiones y lagos

Sin dinero para tomarse una caña, aburrido del libro que leía y con la única compañía de un viento frontal que murmuraba sin pausa, pensaba: evadirse, evadirse, todo es evadirse; tomarse una caña, leer un libro, disputarle al tedio unos pocos minutos, minutos perdidos en realidad, minutos que rellenamos con la falsa ilusión de que silenciamos el viento, de que el lago plácido que sospechamos que existe no se ha enterado de que solo lo estamos entre-teniendo, y que va a volver, sus olas minúsculas y perfectas van a volver a acariciarnos, a golpearnos, a recordarnos quién somos y qué no somos, a helarnos en invierno, a refrescarnos en verano. Evadirse, llenar de polvo las estanterías para después poder comentar sus rugosidades, no querer enfrentarse al vacío de unas verdades que nos asustan, nos maravillan, nos aburren, o que muchas veces, no sabemos ver.

Evadirse, sí, pero también a veces todo lo contrario, a veces barrer pensamientos como en una meditación en búsqueda de ese mismo lago, con la esperanza de poder visualizarlo de una vez con claridad, de poderlo sentir, de podernos bañar en él sin reparos, de dejar limpia la estantería, dejarla absolutamente limpia y vacía de cualquier polvo, si es que es posible, si es que sirve de algo.

Pensaba en eso mientras barría pensamientos, mientras se perdía en ellos. Le resultaba imposible definirse por completo en un lado o en el otro: evadirse, barrer pensamientos para no evadirse, pero evadirse barriendo pensamientos, y al final evadir pensamientos, no pensar, barrerse. Pero después también un hecho incontestable, la certeza de una realidad pensativa exclusiva del estado de la soledad, del estar solo, del no tener a nadie al lado, nadie cerca, ninguna conversación. Porque entonces la maquinaria del espejo y la empatía con los otros convertía la evasión en otra cosa, una especie de distracción en compañía, a veces gregaria, a veces íntima, y esas pocas veces, en amor.

Amor, sí, esa anestesia con forma de encogimiento de la parte posterior de los pulmones, como una presión desde las caderas hacia el pecho, que si se observa con atención suele provocar lágrimas, no desde el estómago, ni por supuesto desde la cabeza; como unas cosquillas, como un orgasmo tierno y femenino. Y de repente un verso recordado, “lo único que existe es el amor”, tal vez un verso inventado, absoluto y discutible, pero presente. Recordar era fácil, incluso un torpe ejercicio postural podría llegar a simularlo, aunque fuese una sombra de una sombra de la sensación verdadera; pero evasión, evasión de evasiones, rey de las evasiones; y ahora tan ridículo moviendo el tórax como un pavo real, pero y qué más daba, si al final también terminaba por desaparecer, por mutar hacia otra cosa que ya no era la misma, que ya había que reinventar; el enamoramiento que muere en las rutinas, las relaciones monótonas, los matrimonios eternos, el inevitable descenso de la intensidad, la constante amenaza del aburrimiento.

Y entonces el abanico gastado de evasiones disponibles, la amistad, la literatura, el deporte; con todas sus dimensiones, sus intersecciones y uniones, sus paralelismos, sus puntos en común, sus explicaciones, sus contradicciones. Imposible seguir barriendo, seguirse evadiendo. El lago inmóvil seguiría ahí esperando, nutriéndonos y aturdiéndonos en la misma medida, estaría ahí como siempre había estado, cambiante, único, ajeno a nuestras parrafadas. Y entonces, como si despertara, recordar que sí tenía dinero para tomarse esa caña, detectar un resquicio de interés por el libro que leía, y levantarse, silenciar el viento, “la vida es esto”, y seguir, seguir avanzando, sí, evadiéndose, así es, evadiéndose, sí, evadiéndose.

20 junio 2013

[galán de noche]

Era una noche sencilla, sin augurios ni confidencias. Como una prolongación de la quietud del vecindario, un silencio sereno flotaba dentro de Hans. Subía las escaleras de la casa de sus padres, entretenido en observar cómo su peso oscilaba, peldaño a peldaño, entre su lado derecho y el izquierdo, concentrado en despachar pensamientos, barriéndolos con delicadeza. Meditar en movimiento, había leído; no entretenerse en escarbar desde varios ángulos las mismas ideas de siempre, sobre ayer, sobre mañana; ese aquí y ahora tan continuo, tan efímero, y que Hans perseguía en sus ejercicios mentales. Imaginaba el tiempo psicológico como la lucha entre dos trenes sobre una misma vía, el tren del pasado a la izquierda, el del futuro a la derecha, como placas tectónicas que se embisten y se superponen, que tratan de situarse sobre un punto concreto marcado en el empedrado, y que solo permiten el goce del más puro presente cuando se alejan, cuando despejan de marañas racionales y estériles ese punto concreto, en el que Hans visualizaba su centro, su corazón, la inmediatez del instante. Pero a veces mantener a raya aquellos dos trenes era tan sencillo como percibir un olor, una fragancia como de velas púrpuras sobre un mantel de hierba en la oscuridad; un aroma cercano, tan intenso, que Hans pensó que debía ser de una de las plantas de sus padres. Sobrecogido, alarmado por aquella pureza inesperada, Hans corrió a preguntarle a su madre si sabía el origen de aquel olor tan exactamente concentrado en los últimos peldaños de la escalera. Hipnotizado por la urgencia de resolver el misterio, cerrado en un túnel con una única salida, Hans involucró a su madre en la necesidad de la respuesta preguntándole con interés brusco y desaforado. Entonces ella dijo galán de noche, y esas tres palabras estallaron en pedazos dentro de Hans, los trenes temporales bailando en apareamiento y lucha, los significados fundiéndose con las imágenes, el barro del tiempo duplicando la memoria, el presente ardiendo en otra forma de evasión, la del lenguaje, la semántica, la literatura.

16 junio 2013

[Oda a la AP7]

El puente de asfalto entre mis vidas espejo es la autopista AP7. Sus tres grandes tramos, sus tres largos brazos de gomas grises y manchas blancas, son las tres fases de una transición de canciones, cigarrillos, ventanas bajadas y vecinos con prisa. En dirección sur, primero Girona, los bosques extensos, latentes, como en permanente alerta, el bandido del norte esperando en verano al turista de costa. Después la crudeza del perímetro de Barcelona, los polígonos industriales, los camiones lentísimos y furiosos, despiadados, con la voz ronca y tatuajes de animales en las sienes. Y por último Tarragona, el quejido seco de la hormiga en el campo, las rocas terribles incrustadas en la tierra, el último peaje, la playa rasa y larguísima como la brisa. Minúsculo, ridículo, me monto en la alfombra de ruedas y dejo que se me ocurran frases, resúmenes, conjeturas que nunca me sirven para nada que no sea práctico, matemático, inútil. Algún día ha nacido un poema, otro una filia y otros la nada más pura, más cierta. Y en las grandes ocasiones, lágrimas de drama, o de comedia, o de fotografía gruesa enmarcada en el pasillo de alguna de las casas donde aún me quedan espejos.

14 junio 2013

[Para: un suceso normal]

Anna, Xavi y Josep solían quedar en el antiguo bar de Josep para tocar música juntos. Ensayaban versiones de temas antiguos por el simple placer de sentirse músicos por un rato y en los descansos, charlaban sobre temas livianos mientras bebían cerveza y comían tortilla o frutos secos. Eran reuniones informales en que la música les evadía un poco de la rutina de los meses.

Pero ese día, en una de las pausas, sucedió que Anna y Xavi quedaron atrapados en la absurda sucesión de turnarse consecutivamente para entrar en los baños del local de Josep. Como si jugasen al imposible de perseguirse en los dos únicos compartimentos de una puerta giratoria, primero entraba ella, y cuando salía, entonces entraba él, y cuando él salía, después ella entraba otra vez, y después otra vez él, y después ella otra vez, y así tantas y tantas veces, muchas veces, tantas como duraron las dos conversaciones que Josep tuvo que mantener alternativamente: la conversación con Xavi mientras Anna estaba en el baño, y la conversación con Anna mientras era Xavi, quien estaba en el baño.

Ninguno de los tres era consciente del bizarro guión que protagonizaban, ni tampoco se extrañaron de verse envueltos en aquella doble conversación entrecortada. Como en una progresión natural desde el anterior tema que habían estado practicando (una versión en piano, bajo y batería al compás de un tres por cuatro), Anna, Xavi y Josep creyeron que aún estaban ensayando, y se dejaron llevar por la hipnosis de mantener activas aquellas dos conversaciones yuxtapuestas.

Josep era quién lo tenía más difícil: charlaba con Anna, e inmediatamente después, con Xavi. Y debía retomar el hilo de la conversación anterior sin perder el de la siguiente. En cambio Anna y Xavi solo mantenían una conversación, y además, disponían de un tiempo (el que pasaban dentro del baño) del que no disponía Josep. Pero las paredes del antiguo bar de Josep eran estrechas, y mientras Anna y Xavi estaban en el baño, escuchaban perfectamente la conversación del otro con Josep, así que, a pesar de la triangulación del diálogo, los tres fueron capaces de captar el sentido de una conversación global.

La canción era “Berlín”, en su versión acústica de Coque Malla y Leonor Watling, y cuando aquella extraña pausa terminó, y volvieron a tocarla, ninguno de los tres se dio cuenta que, Anna, en lugar de cantar la letra de la canción, usó exactamente todas las frases que habían compuesto aquella conversación a tres bandas, sin que ninguno de los tres se percatarse que coincidían perfectamente en cantidad, en número de sílabas y en armonía.

08 junio 2013

[a pesar de Unamuno]

Las despedidas suceden al atardecer. Las ruedas del viento toman conciencia y las miradas atraviesan las líneas del tiempo. Si el pasado son desengaños, el futuro es ilusión. Los silencios subrayan la gravedad de los instantes y los símbolos se suceden, sin ningún tipo de azar: los pasajeros ajenos, la lividez previa al desgarro, la localización de las heridas. El guión es conocido. Abandonar el gesto, desprenderse de imágenes y prepararse para recordarlas.

22 abril 2013

[Jordi percusiones]

Las tardes cerrado en su laboratorio de ritmos duraban inviernos. Entraba angustiado, con el montón de cálculos pendientes en la cabeza y una prisa irremediable bajo sus pasos. Sucios de meditaciones, los sofás rodeaban los instrumentos, que brillaban con orgullo, dominadores del espacio. Y descuidados por todas partes, sus apuntes se acumulaban pacientes sobre los silencios.

Pero el desorden era sólo aparente. En su mente ambiciosa una estructura perfecta tejía un plan colosal: como piezas de un puzzle sin fronteras, Jordi pretendía fundir todas las secuencias de la naturaleza, e integrarlas en un único patrón sonoro. Se proponía transcribir el ritmo del universo.

Tal vez su afán nació en la adolescencia, cuando bailaba. El feliz exorcismo, el deleite y la concentración que expresaba, auguraban una necesidad. Los años de ensayos y conciertos moldearon el espíritu analítico y el resto, aconteció por inercia. No había suficiente con la música: tenía que escribir la partitura global de todos los sonidos existentes.

La tarea era finita, pero de dimensiones escalofriantes. Detectar nuevos ritmos, aprender a reproducirlos, dejar constancia en anotaciones. Primero las puertas de este edificio, las sílabas asíncronas de esta decena de niños, la vibración de estos motores en serie. Después el parpadeo de estos ojos, el batir de las olas de esta playa, estos latidos acompasados al dormir. Pero también las consonantes de este idioma, las gotas de lluvia sobre este prado en abril, las explosiones de fuego sobre el Sol.

La dificultad de la empresa amenazó con frustrarle en repetidas y dolorosas ocasiones, pero como los días lejanos que de repente ya están aquí, el día del fin de su obra, llegó. Sobre sus manos reposaba el absoluto resumen de la cadencia universal, y Jordi lo miró con la mezcla de satisfacción y cansancio tan propia de los partos naturales. Era la fecha más señalada de su vida, y dudaba entre morir, o volver a nacer.

22 marzo 2013

[big city life]

Me pesa muy poco el pecho
y bailo de un lado al otro
sin ser yo.

Los puentes de arena dónde nacen los hechos
son todos el mismo viaje.

Y el futuro ya está aquí,
pero yo aún no siento nada.

04 marzo 2013

[palabras del último rato]

El hombre que soñaba que el mundo podía ser como él imaginaba
entristecía con sus pequeños fracasos.
Las noches que se sentía vencido,
abandonaba: mañana sería otro día.
Y a veces lo era.

16 febrero 2013

[Virginia sonrisas]

La emoción humana oscila entre estados. Desde la subjetividad de cada personalidad, el factor común es la transición perpetua entre la alegría, el miedo, la tristeza y la ira. No recibimos educación para dominar ninguno de ellos y son el azar de los días y sus situaciones quienes nos enseñan, a través de la experiencia y la propia voluntad, a tratar de movernos entre las regiones menos oscuras del ánimo.

Virginia no era ninguna excepción. Haber adquirido con la edad una plena conciencia de los entresijos de cada fase de sus emociones, no la eximía del sometimiento habitual al trance entre la felicidad y la infelicidad. Sufría, se irritaba y se entristecía como cualquiera, y a excepción de la amable belleza de un rostro delicado y cautivador, nada en ella hacía sospechar -ni siquiera a ella misma- que poseyera la clave para mantenerse con éxito en la cara más diáfana del humor.

El secreto estaba en su sonrisa. La magia de su don procedía de la más sincera región del gozo humano, aquel espacio jovial que desarrollan las infancias y que Virginia supo mantener particularmente vivo. Su risa recubría un agradable trayecto entre la hilaridad y la carcajada, y el deleite que producía el simple acto de escucharla, sólo era comparable a las suaves dosis de éxtasis que ella misma experimentaba.

Pero la frecuencia con la que Virginia reía creció de manera ilimitada: cuanto más reía, más cosas la hacían reír. Además, mediante una lenta progresión, tan espontánea como inadvertida, los sucesos gratos empezaron a rodearla, al tiempo que sus sonrisas -como en un proceso de retroalimentación- parecían invocarlos.

La dificultad de discernir entre la alegría de Virginia y la alegría alrededor de Virginia, alcanzó el clímax una calurosa tarde de verano. Con la misma sencilla naturalidad con que su sonrisa lo impregnaba todo de felicidad, Virginia se fusionó con el entorno. Abandonó la corporeidad para convertirse en el mero sentimiento abstracto de la alegría, y su esencia, despojada de materia, se dispersó en el aire como partículas esparcidas por la brisa.

Sólo los que conocemos la historia de su magnífica transmutación, sabemos que cuando estamos contentos, nos embarga el júbilo o nos sentimos alegres, es porque alguna de las fracciones etéreas de Virginia -que vagan infinitas entre el cielo y la tierra- debe haberse posado sobre algún punto de nuestro corazón.

25 enero 2013

[Jesús atardeceres]

Jesús era el maestro de educación física de la escuela pública de un pequeño pueblo de la costa chilena. Tenía una excelente relación con sus alumnos y a través de juegos y actividades entorno a la capacidad motriz, les educaba en unos valores tan difíciles de cuantificar, como esenciales en su crecimiento. Jesús combinaba ternura, comprensión y disciplina de una manera innata, rigiéndose únicamente por su certera intuición. Todos los niños le querían como a un segundo padre, ninguno atendía a sus clases con desidia y tanto padres de alumnos como compañeros de escuela, le tenían en muy buena consideración.

Jesús disfrutaba de su labor educativa. Tras los años de experiencia, toleraba sin esfuerzo la efervescencia de la infancia, la contaminación acústica del griterío de los niños, el contínuo trajín de aulas, claustros y gimnasios, e incluso soportaba sin quejarse los dolores de espalda con que una vieja ciática le atormentaba de vez en cuando. Era un hombre tranquilo al que no urgían ni las prisas ni los excesos y que disfrutaba de su humilde vida, plácida y sencilla, tanto en el trabajo, como en su hogar.

La transición entre su jornada laboral y su vida privada sucedía al atardecer. Jesús se despedía de los últimos padres que hubiesen tardado en recoger a sus hijos y recorría el corto trayecto hacia su casa, a pie. Vivía en un pequeño chalet con amplias vistas desde el jardín. Acostumbrado a la rudeza del entorno urbano de su anterior vivienda, muy pronto después de mudarse a aquel encantador lugar, Jesús adquirió el hábito de sentarse cada tarde en el porcho, a admirar el espectáculo de la naturaleza. Fuese invierno, primavera, verano u otoño, a la hora del ocaso, Jesús observaba el cielo como un espectador maravillado: el encuentro del horizonte con el perfil de las montañas, la poesía fractal de las nubes oscureciendo, el melancólico cromatismo de su luz menguante. Desde una profunda sensibilidad poética, a Jesús le fascinaba la extensa variedad de lienzos que el cielo -día tras día- era capaz de lucir.

Más allá de la arrebatadora belleza de aquellos atardeceres chilenos, en aquellos minutos de mágica y sedante armonía, Jesús sentía que bebía de la fuente que le administraba el sosiego y la dicha con que vivía su vida. Pero lo que empezó como una sencilla y inocente visualización de sí mismo alimentándose de un manantial de paz, fue evolucionando lentamente desde el terreno de la imaginación, hasta la creencia insustituible de una realidad inventada. La liturgia de admiración del atardecer, pronto pasó a ser doctrina. Su pequeño lapso de serenidad, dejó de ser costumbre, para convertirse en necesidad.

La organización de las rutinas de Jesús giraba entorno a los atardeceres. Calculaba a qué hora se pondría el sol, a qué hora podría llegar a casa y durante cuánto tiempo podría alargar su ritual diario. Y si un día le faltaba su dosis, padecía al máximo todas las miserias que antes ni siquiera le incordiaban. Su adicción alcanzó el grado fisiológico, así que no es de extrañar que tratase de urdir algún plan para asegurarse el suministro contínuo de su ansiada droga.

En las muchas horas que había acumulado observando la curva descendiente del sol por detrás de la gran esfera terrestre, Jesús dedujo que debía existir una velocidad y una trayectoria sobre el espacio aéreo, a través de las cuales, la asistencia al atardecer se vería prolongada indefinidamente. Si ya no era capaz de esperar veinticuatro horas hasta su siguiente ocaso, lo perseguiría, lo cazaría y se inmortalizaría con él para siempre.

La tarde que Jesús tuvo finalmente acceso a la avioneta en que iba a realizar su gran sueño, el cielo estaba especialmente hermoso. Parecía que el sol le ofrecía su mano, invitándolo a saciar de una vez por todas su inagotable sed de adoración visual. Cargado al máximo de combustible, trazados perfectamente los planos y los cálculos, Jesús se disponía a efectuar el vuelo definitivo hacia el corazón de su propia esencia.

El éxtasis que Jesús alcanzó no está al alcance de la mayoría de seres humanos. Lloró de amor, rió de emoción: traspasó el limbo de la felicidad. Pero su inmensa fortuna no concluyó ahí. Maravillado, Jesús comprobó que el indicador de combustible permanecía inmóvil en la misma posición. Comprendió que ya no volvería jamás a la vida terrenal. Y colmadas la totalidad de sus células en un colosal placer sin final, Jesús se entregó al más magnífico de los viajes: el vuelo infinito hacia una eterna puesta de sol.

08 enero 2013

[Itxaso Empatías]

Itxaso ejercía de psicóloga en una consulta en las afueras de la capital. Hacía años que lo hacía y gozaba de muy buena reputación, tanto entre los pacientes, como entre sus compañeros y subordinados. Atendía a gran cantidad de personas al día tanto en sesiones individuales, como en dinámicas de grupo. Su trabajo requería grandes dosis de paciencia, imparcialidad y empatía, y el abanico de personalidades y emociones con las que tenía que dialogar, comprender y tratar día a día, era extenso y diverso como una enciclopedia de las mentes humanas.

Itxaso disfrutaba de su empleo y toleraba sin problemas el gran volumen de trabajo diario. Pero el país entró en una profunda crisis, el gobierno se endeudó y los centros que dependían de la administración -como el suyo- empezaron a sufrir reducciones en sus presupuestos. Llegaron los recortes de personal y las ampliciones de horarios. En cuestión de meses Itxaso vio multiplicada la cantidad de personas a quien debía tratar y además, las pausas entre terapia y terapia, disminuyeron. En las últimas semanas antes de presentar su renuncia, Itxaso llegó a atender al doble de pacientes que en sus principios, ininterrumpidamente.

La ausencia de tiempo efectivo para el receso mental entre las múltiples terapias, en el que reorganizar sus estructuras empáticas para la siguiente sesión, fue el detonante de la transformación que Itxaso sufrió. Su extraordinaria habilidad para mutar de la personalidad de un paciente hacia la del siguiente, se convirtió en un defecto profesional que trasladó a su vida personal. A través de una absoluta generalización, su cualidad evolucionó hacia un sorprendente y formidable fenómeno fisiológico, imposible de corregir.

El don que Itxaso heredó de su experiencia en la consulta era tan maravilloso, como insoportable. Consistía en adoptar la emoción y el estado de ánimo de su interlocutor, inmediatamente después de entablar diálogo con él. Sin embargo, esta genuina y magnífica virtud resulta contraproducente, si se analiza la gran cantidad de conversaciones y personas con que uno puede convivir a lo largo de su vida. Si recibía una llamada de un amigo en estado de euforia, Itxaso adoptaba esa euforia. Si segundos después, charlaba con un vecino en pleno proceso de depresión en el ascensor, Itxaso asimilaba como suya aquella depresión. Si el cajero del supermercado donde hacía la compra tenía un fuerte remordimiento, lo integraba también. Si dialogaba con alguien alegre, se sentía alegre. Si lo hacía con alguien infeliz, la infelicidad pasaba a ser suya.

Alegría, pena, miedo; amor, desamor; prisa, calma, inquietud, incerteza; paz, desasosiego; ira, rabia, impotencia, dolor, sorpresa, asco, fascinación. Itxaso pasaba de un plano a otro en cuestión de segundos, al más puro azar, tan sólo comunicándose con las personas de su alrededor. La aleatoriedad y multiplicidad de esta dependencia del resto del mundo, derivó en una terrible extenuación mental que acabó por atormentarla, haciendo de su vida un insufrible tobogán caótico de las emociones, que no podía controlar.

Las personas cercanas a Itxaso, que sabían de esta radical e insostenible empatía, comprendieron sin objecciones el aislamiento al que se decidió someter. Itxaso decidió rodearse, exclusivamente, de animales. La pureza de su conexión con la vida, la simpleza de su inteligencia -y por lo tanto- su menor discusión interna entre lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, lo que es importante y lo que no lo es, proporcionaron por fin a Itxaso el remanso de paz que necesitaba, para poder sentir que volvía a ser dueña de sus emociones, y que su existencia, volvía a tener un sentido propio, sencillo y natural.

03 enero 2013

[Álvaro Travesías]

Álvaro era un enamorado de las travesías. Había dado la vuelta con canoa a varias islas, recorrido largos senderos a pie y en bicicleta de montaña, completado complejas rutas por tierra, agua y nieve, y escalado infinidad de montañas, rocosas y nevadas, que necesitaban varios días para ser coronadas. Siempre en contacto directo con la naturaleza, todas estas experiencias se basaban en la resistencia a través del tiempo, y no tanto en la potencia del esfuerzo que requerían. Una travesía lo era en cuanto que se dormía en ruta, se proseguía a la mañana siguiente y esto sucedía durante unas cuantas jornadas. Álvaro amaba la sensación que, aproximadamente al tercer día, le embargaba. Después de que el cuerpo se hubiera acostumbrado a la tarea física de que se tratara -remar, pedalar, caminar, escalar-, llegaba a un estado vital en que se acostumbraba de tal modo a repetir día a día la misma actividad, que le parecía natural que fuera, de manera definitiva, su modus vivendi. Los deportes anaeróbicos de moderada intensidad pero larga duración, le acercaban a su esencia animal. Le provocaban una especie de trance espiritual en que sus pensamientos armonizaban con el entorno y su existencia se convertía en un plácido paseo por la belleza.

Pero Álvaro llevó demasiado lejos su afición a las travesías. Empezó a encadenarlas con excesiva frecuencia, a veces faltando al trabajo, o pidiendo excedencias imposibles de mantener. Acababa una ruta en bicicleta, y al poco ya emprendía otro proyecto de esquí de fondo, y apenas unos días después del regreso, ya se organizaba para una escalada de una semana en la sierra. Podían contarse con los dedos de la mano los días al año en que descansaba, pero incluso esas jornadas entre un plan y el siguiente, le molestaban, le incomodaban, le ahogaban. Eran tan profundas sus ganas de seguir -siempre- haciendo lo que más le gustaba, que, poco a poco, fue perdiendo el control racional, y hasta llegar a una práctica totalidad, fue incorporando el concepto de travesía, a todas las acciones que realizaba, fueran o no deportivas.

De repente, sin preparación ni premeditación alguna, se quedaba bloqueado en el movimiento que estuviera realizando, y lo convertía en el objeto fundamental de una travesía, que hacía durar un número al azar de días. Esta aleatoriedad en la elección de la actividad, convirtió su cotidianeidad en una encadenación de situaciones bizarras. Perdió los papeles en ese aspecto. Una vez le encontraron yendo a tirar la basura de manera recurrente durante diez días, quedándose a dormir en una tienda de campaña justo en la puerta de su propio garaje. En otra ocasión, la chispa enfermiza surgió mientras cocinaba, y estuvo preparando recetas durante una semana y media. La gente del pueblo empezó a llamarle "el loco de las travesías": travesía de fregar los platos, travesía de barrer el suelo, travesía de leer novelas fantásticas, travesía de cruzar pasos de cebra, travesía de hacer la compra, travesía de visitar amigos, travesía de cantar, travesía de hablar en inglés, travesía de dormir, travesía de respirar... Álvaro lo convertía todo en una travesía.

Como es natural, esta anomalía en la programación de la duración de las tareas, era imposible de compaginar con una existencia normal. Después de varios episodios surrealistas, Álvaro fue expulsado del cuerpo de bomberos. Su mujer, que mantenía una difícil convivencia con su desequilibrio, resistía con infinita paciencia todo el catálogo de extrañezas a las que asistía. Sufría en primera persona los arranques absurdos en que Álvaro se perdía, y sólo podía recuperarle cuando conseguía proponerle alguna de las viejas travesías, durante las pocas y minúsculas pausas que dejaba entre sus múltiples delirios.

Pero cuando su mujer estaba a punto de perder la paciencia -y también los nervios- una noche, después de no haberlo hecho en mucho tiempo, Álvaro se acercó de manera íntima a su mujer. Ella lo recibió sorprendida, a la vez que halagada. Cuando, justo en medio del emotivo e intenso acto sexual que mantenían, Álvaro entornó los ojos de la manera en que lo hacía cada vez que entraba en un nuevo bucle, por un momento, su mujer sintió pánico. Sin embargo, después de las dos semanas y tres días que duró aquella antológica travesía del placer, pensó que, al fin y al cabo, aquella locura no estaba tan mal: decidió dejar de darle las pastillas que el psiquiatra le había recetado y se propuso aprender a reconducir la situación, para empezar a acostumbrarse definitivamente a la naturaleza de aquel hombre, mitad humano, mitad travesía.

02 enero 2013

[primer poema del 2013]

Sin estas gotas de oscuros reflejos,
ni mis dedos escribirían,
ni mi prisa se vería calmada.

Sin estas noches mezquinas,
los recuerdos vigentes
no me harían saltar estas lágrimas.

Como bofetadas, poemas viscerales
descomponen mi mente.

Y a pesar del breve atisbo de paz,
me quiero marchar,
me quiero perder,
me quiero inundar de inmediatez.

Porque por más que lo intente,
por más tiempo que dedique,
no voy a entender nada.

En lugar del cálculo,
debí dedicarme a la poesía:
estoy harto de ser tan cerebral.

01 enero 2013

[relecturas]


Aquel extraño poema sobre las palabras, que escribiste tan rápido y hace tanto tiempo, vuelve sobre ti. Te apetece creer que tiene vida, que se comporta como un exalumno que te agradece tus enseñanzas. Ha vuelto, como todo lo que escribiste aquellos años, desnudo, y aunque sus formas son poco precisas, mantiene intactas sus ganas de innovar. Pero tú ya estás cansado para sus revoluciones. Su idea futurista de la semántica ya no te apasiona. Y en un arranque de compasión paternal, le das un abrazo que te hace sentir muy viejo.

[ad infinitum: manual práctico]


'Viaje al infinito', o 'Transmutación del aleph' [1] es una progresión alegóricamente encadenada de sucesos matemáticos enfocados a dibujar un proceso de alejamiento-acercamiento a lo infinito-infinitesimal. En un principio, a modo de preparativo del viaje, el lector comprueba la sencillez de una serie de razonamientos abductivos, que apuntan a la existencia de una consistente trayectoria que une su realidad cotidiana, con una estructura gráfica de congruencias. A esta edificación se ha de llegar de forma constructiva y a través de conectores lógicos entre imágenes básicas, que conformen una suerte de periplo inicial, fundamentado en un esquema de relaciones imaginación-deseo.
Esta introducción pretende arrancar al lector de su corporeidad y poner su concepto de dimensionalidad fuertemente en duda, para provocar un conflicto mental previo que ha de llevarle, de forma natural, a la invocación de una sugestión emocional, que se espera óptima.
Si en su espacio mental ha sucedido lo previsto, en este punto, mediante transfiguración esencialmente geométrica, el lector-espectador se plantea despojarse de toda axiomática previa, para conversar a nivel abstracto con el viaje propuesto: lo infinito con-contra lo infinitesimal.
Desde su ambigua unicidad, la cardinalidad de los conjuntos infinitos (el aleph más trivial del lector-pensador) insinúa su destino. Lejos de hipnotizarle con representaciones visuales excesivamente hiperbólicas, o con las habituales trampas paradójicas, el lenguaje debe ser sencillo y la semántica, fractal. Su recurrente auto-semejanza, su naturaleza no derivable y la deformación topológica de su geodesia escalar, resultarán óptimas para desmembrar entorno a una sola unidad todo el vocabulario propuesto. El texto ha de resultarle sutilmente inconexo y ligeramente absurdo, pero profundamente coherente. El lector-viajero se propondrá, si nuestra insinuación ha sido efectiva, modificar íntegramente su noción de simetría y suplantar sus leyes de composición interna, por el conjunto de sus propias interacciones emocionales.
Una vez creado este marco situacional de inflexiones mútuas, el desarrollo habrá llegado a su cumbre. El lector-viajero se ve a sí mismo residir firmemente en la periferia del anillo algebraico singular que le hemos expuesto, y empieza a presentir relaciones y correspondencias entre todos los objetos que lo integran. Sin embargo, no se le debe cerrar el círculo lógico con una discontinuidad demasiado asintótica, sinó con una convexa rama funcional extensible a cualquier tamaño, sobre cuya longitud precipitará todos sus deseos y emociones, proyectándolos según la nueva simetría asimilada.
Una simple enumeración bastará entonces para dejar decidir al lector-viajero su propio desenlace, donde sus propios resultados le producirán una fuerte sensación de armonía dentro de su infinitésimo-infinitud. Finalmente, el regreso al punto de partida ha de desbordar su sensibilidad, y hacerle reescribir en su memoria toda premisa previa, para permitirle recubrir, desde su propia identidad y a través de la experiencia de esta lectura, el enorme vacío que une la extensión del infinito, con el minúsculo abismo infinitesimal. Así, conseguimos que todas las nuevas estructuras involutivas que le hemos ayudado a crear, le iluminen como elementos-metáfora necesariamente presentes, absolutamente perfectos. 

[1] Otras propuestas de título: ‘Indefensión numérica’, ‘Brutal, incontestable infinito’, ‘Estrictas similitudes de forma’, ‘Prudencia cósmica’, ‘Lento, incontestable infinitesimal’, ‘Alegato contra la Matemática discreta’ o ‘De cero a infinito en un número finito de pasos’.

31 diciembre 2012

[pregunta de examen]

Un hombre atado de pies y manos, sólo puede hablar. Sin capacidad de acción, su única arma es la palabra. Decir las cosas por su nombre, establecer convenciones con las que razonar, persuadir. Pero si quiere convencer a los que le tienen preso de que lo liberen, necesita un discurso transparente, sin errores y sobretodo, eficaz. ¿Cuántos antes lo han intentado sin éxito? La estrategia debe ser precisa, sin margen a la improvisación. Sus jueces no son necios y además, ya saben lo que pretende.

Cuando el hombre ya ha pensado, llama su atención, ilusionado y ansioso por desarrollar su idea. Pero ellos ya saben lo que está a punto de decir. Lo han oído tantas veces de la boca de tantos hombres, que acuden a la escucha sólo para entretenerse. Juegan a detectar las pequeñas diferencias que habrá esta vez respecto a las anteriores, y después ponen en común sus observaciones, como comentaristas de un espectáculo repetido.

Pero la idea de hoy es inaudita. Tanto, que si pudieran, se la harían repetir palabra por palabra. Pero no pueden. Y entonces dudan. Discuten, se rebaten unos a otros, y poco a poco, la reconstruyen. El hombre les mira a lo lejos, con curiosidad. Verles debatir con intensidad le da esperanzas, y cuando finalmente se acercan, observa atónito que vuelven con las bocas amordazadas. Y además, se da cuenta de que ya no está atado, ni de pies, ni de manos.

Problema abierto: ¿qué les ha dicho, el preso a sus jueces?

18 diciembre 2012

[lapso de luz]

Salir de una escena de salvaje felicidad y pretender, con fingido desparpajo, que lo sucedido es habitual, que estás acostumbrado, y que muy pronto va a volver a suceder, si no igual, con la misma salvaje y efímera intensidad. Correr en dirección vertical -sin mirar abajo- hasta cruzar la atmósfera, y entrar en la oscuridad del espacio exterior, consciente. Escuchar los circuitos de tus neuronas al pensar, quedarte atónito, tener el impulso de escribir sus fonéticas, pero desistir, e inmediatamente dejarlas de escuchar. Dejar de respirar. Morir, entenderlo todo, y volver.

17 diciembre 2012

[Educación 3.0]

El instituto ha dejado de tener fronteras. El conserge, todavía incrédulo, sostiene las llaves que ha estado usando más de veinte años, y observa a los operarios cargar las últimas verjas sobre el camión. Mientras acumulan los bultos metálicos sin ningún rigor, piensa que al menos, podrían ejecutar la orden de una manera un poco más ceremonial. Es un momento muy importante: la nueva ley de educación prohibe límites, vallas y puertas cerradas, permite a los alumnos faltar a las clases de manera injustificada, y hoy es el primer día del primer curso de aplicación de la ley. A partir de hoy, la asistencia deja de ser obligatoria. La educación pasa a ser libre. Totalmente libre. En los profesores la incertidumbre es generalizada: algunos opinan que el instituto será ingobernable, y otros creen que la medida tendrá sus ventajas. Para las familias también ha supuesto un fuerte cuestión sobre su compromiso con la educación, y entre los alumnos, como siempre, se oyen opiniones de todos los colores. Pero nadie tiene ni idea de qué es lo que va a suceder.

04 diciembre 2012

[Fonética de un ladrido]

Perros y humanos: substitución masiva de cerebros entre las dos especies. Suplantación total de unos, en los cuerpos de los otros, y viceversa. Esa sería la definición del contexto imaginario que propongo, seguramente producto del largo tiempo que paso con mis dos perros, con los que convivo en un piso muy pequeño. Me dan compañía, les doy -y me dan- afecto, y pasamos muchas horas observándonos. Sus preocupaciones, que en su mayoría comparto, son una minúscula cantidad comparadas con las mías. Pero el experimento que planteo no es el de cambiarnos las pieles, y tratar de satisfacer las necesidades del otro desde la propia perspectiva, sinó, más radicalmente, conservar conciencia e inteligencia íntegras, y tratar de continuar con los hábitos anteriores al cambio, dentro del cuerpo del otro. Es decir, pensar como un perro dentro del cuerpo de un hombre, y pensar como un hombre, dentro del cuerpo de un perro.

Para que se cumpla por completo la situación que sugiero, debe aplicarse a la totalidad de los individuos de las dos especies. De esta manera no hay interferencias, ni personajes aventajados: que todos los perros del mundo habiten cuerpos humanos, y todos los humanos del mundo tengan cuerpo de perro.

Es muy probable que el caso de los cuerpos humanos con mente canina produjera escenas graciosas, ridículas, tal vez bizarras. Sería extraño que a alguno de ellos le durara mucho tiempo la ropa puesta, y en caso de hacerlo, la suciedad sería espantosa al cabo de muy poco. Si suponemos que heredasen nuestros sentidos (el olfato y oído humanos son mucho menos potentes que los de un perro, pero en cambio, la vista es muy superior), el impacto que este cambio en la recepción de estímulos les produciría, es difícil de prever. En este sentido, también lo sería la posesión de nuestros dedos y manos, nuestras articulaciones, nuestra movilidad, de más precisión, más utilidad, más especialización. Por su menor inteligencia, me inclino a pensar que serían incapaces de aprovechar significativamente estos recursos, y tal vez, desprovistos de su olfato, e incapaces de asimilar un proceso tan brusco, perecerían.

Dibujar el suceso simétrico también es entretenido. En primer lugar, siento curiosidad por saber cómo nos las ingeniaríamos para comunicarnos entre nosotros, puesto que no sería demasiado efectivo modular los ladridos para hacerlos comprensibles. Recurriríamos sin duda a la escritura, y ahí, como en toda otra acción humana que nos propusiéramos realizar, surgiría el problema de la insuficiencia física. Con las pezuñas de un perro, su poca elasticidad y su incómoda maniobrabilidad, nos sería muy difícil efectuar según qué acciones. Sin embargo, debido a la adaptabilidad de nuestros cerebros, opino que, con el suficiente entrenamiento muscular, avanzaríamos muy rápido en ese aspecto. De hecho, cualquier obstáculo instrumental sería salvable con buenas dosis de creatividad e ingenio.

Por su parte, las herencias olfativa y auditiva serían dos auténticos regalos para nuestros sentidos, que, de inmediato, añadirían riqueza a nuestras experiencias. En cambio, el movimiento de la cola del perro (cuando se agita excitada, se esconde atemorizada o se ondea intranquila), supondría un reto para nuestras costumbres: la expresividad humana no dispone de indicadores inconscientes -tan obvios- de alegría, miedo, o nerviosismo.

En conclusión, afirmo que el cambio, a la larga, nos beneficiaría a nosotros. Y es por ello, por el profundo amor que me une a ellos, por no desearles este extraño escenario que podría perjudicarles, que me siento feliz de que esta fantasía se mantenga en mi imaginación. Tal vez en unos cuantos años, en un parque de atracciones futurista con emuladores virtuales de especies, pueda realizar, por una moneda, este delirio absurdo de ensueño canino. Mientrastanto, me conformaré con seguir observándoles, con seguir amándoles.

01 diciembre 2012

'Teaching manifesto', o Crónica de un desencanto

Dedicaba toda su energía a la cuestión de formular preguntas y discutirlas. Con el entusiasmo con que explotaba las ideas que le gustaban, se concentraba tanto en tratar de desarrollar ese aspecto entre sus alumnos, que posponía al máximo la elaboración de las respuestas. Y cuando ya no había más remedio que abordarlas, las permitía incorrectas o incompletas. Ponía el énfasis, primero, en el diseño de estrategias originales y, después, en el análisis de los resultados. Era el reflejo de una personalidad aficionada a la introducción y al desenlace de las historias, que aborrecía sus desarrollos. Pero también era reflejo del conocimiento de la tecnología disponible en el tiempo en el que vivía. Las herramientas modernas convertían las cuestiones mecánicas en un simple trámite, pero el sistema educativo, con sus temarios y sus pruebas de nivel, se resistía a incorporarlas con naturalidad, e insistía en forzar a los alumnos a atravesar, paso por paso, los grises caminos de unos procesos que ya estaban automatizados. Algunas veces los alumnos descubrían por sí solos las herramientas que necesitaban, y otras, era él quien se las proporcionaba: había que conocer esos procesos, pero se exageraba en la profundidad de su estudio, y el tiempo que se veía forzado a desperdiciar en las mecánicas, era tiempo que podía emplear en el cultivo de la creatividad y el pensamiento crítico, en una materia tan sugerente como las Matemáticas. Y ahí empezó el desapego, el malestar, el conflicto: la erosión de aquella pasión de los primeros años.

22 octubre 2012

[una simple conjetura]

Hay días que se acumulan, grises y pesados, con una prisa desmedida e innecesaria. En esos días, uno se conformaría con un breve instante de tranquilidad. Pero cuando creemos haberlo encontrado, todos los recursos del cerebro lo bombardean, e impiden la paz. Porque es absurdo querer ganar la batalla: estamos condenados a pensar.

15 octubre 2012

[Requiem por Antonia Martínez]

Abandona el gesto, le caen los brazos: una última siesta en la cama de siempre. Es la muerte, que cumple con su misión. Sus dedos fríos, como un silencio indeseado; su piel fría, como un cojín que nunca se usó. Y su peso, la última derrota. Para los que se quedan, el arrebato es una tristeza conocida. Ella, va a concentrar todo el amor en un punto, y ahí va a quedarse, hasta nuestro turno.

03 julio 2012

[cotilla 3.0]

Hans jamás se aprovechó de la información que obtenía con aquel artilugio. A pesar de sofisticar con el tiempo su afición, en esencia, lo único que hacía, era curiosear. Se limitaba a satisfacer un sencillo y morboso deseo común: el chafardeo emocional.

El aspecto de su indiscreta herramienta era casi igual al de un alcoholímetro, y Hans, en los controles policiales, lo utilizaba sin que nadie advirtiese la diferencia. Pero su invento era infinitamente más valioso: gracias a su ingenio -y a tres cruciales componentes que había requisado furtivamente en un centro de investigaciones neurológicas- su falso detector de sustancias, era capaz de proporcionar una precisa descripción del estado de ánimo del examinado.

Si uno fuera capaz de expresar en una única sentencia, breve y concisa, las emociones o sentimientos que tienen más presencia en su interior en un preciso instante, esa sería exactamente la frase que la máquina de Hans emitiría. A pesar de la dificultad de la tarea, el sistema la resolvía de manera infalible, a menudo, sin que el propio sujeto fuera capaz de hacerlo mejor.

Hans pasó por diferentes grados de adicción. Solía imaginar que tenía una bola de cristal entre sus manos y que, al frotarla, atravesaba las barreras protectoras de sus víctimas, para descubrir sus intimidades. Deseaba que le asignaran a los controles de carreteras y si no lo hacían, se sentía vacío y aburrido. En una primera etapa, se entretuvo con el jugoso morbo de saber qué sienten los demás, pero en cuanto hubo recopilado un espectro de resultados lo bastante amplio como para empezar a observar repeticiones, jugaba a predecir las descripciones, y compararlas con las de la máquina.

El grado de precisión del programa despertó gran interés en la comunidad científica. La genialidad del sistema radicaba en la capacidad de plasmar en una frase del lenguaje común, el extenso conjunto de magnitudes y resultados matemáticos que estudiaba. La semántica se decidía a partir de fuentes de datos de origen químico y el resutado era asombrosamente coherente. Hans obtuvo una enorme admiración intelectual cuando sus algoritmos salieron a la luz.

Pero a pesar de lo magnífico de su invento, cuando fue descubierto, le acusaron de intromisión indebida, y le expulsaron del cuerpo de funcionarios. Después de interrogarle sobre los mecanismos y razonamientos utilizados en su idea, su bola de cristal de las emociones instantáneas, fue destruida. Desde entonces, Hans, en sus relaciones con las personas, ya no puede corroborar si sus predicciones son acertadas, y se tiene que conformar con preguntarle a la gente, qué tal, cómo estás, cómo te sientes.

18 junio 2012

[en síntesis]

Quiso terminar -cerrar- el generoso espacio que había abierto para escribir, porque ya no lo podía mantener. Habían cesado de fluir las palabras: no había nada más por decir. Había gastado la tinta en euforias y pasiones, y ahora, que sólo sentía el silencio íntimo de su propio vacío -concentración pura en la ausencia de ideas- era incapaz de escribir más. A este punto había llegado después de descartar, por tontas, una idea tras otra. El abismo al que se asomaba era ficticio -pues no puede haber nada donde no hay nada-, pero el dolor era real, lúcido y diáfano como una voz grave y perfecta. Pero terminar -cerrar- el generoso espacio que había abierto para escribir, era también huir, y pretender llegar a una síntesis, como si se tratara de un ciclo con final, era una ingenua osadía, y también un fracaso, un abandono impropio de una mentalidad analítica e investigadora. Así que se mantuvo un rato más, atento y silente, y esperanzado, como si estuviera a punto de descubrir lo que a toda la humanidad se le había pasado por alto.

02 abril 2012

[chorradas (II) del lenguaje]

Desde siempre el ser humano ha fantaseado con otros mundos, otros universos, otras realidades. Existe la idea del paraíso, del limbo, del más allá, de la vida después de la muerte, de las dimensiones desconocidas, incluso de vidas extraterrestres. Hoy quiero proponer una particularización muy sencilla -pero espero, agradable y suculenta- de esta idea abstracta. La idea nace en la siguiente escena. Una exigente comensal está probando un plato típico en la región de la cual éste es originario. Hoy en día ya hay pocas recetas desconocidas en el país de origen de nuestra turista, así que cuando hace el pedido, conoce casi al completo todos los sabores que se va a encontrar. Después de apreciar las sutilezas y sensaciones que los primeros bocados le proporcionan, nuestra escéptica afirma: "No tiene nada del otro mundo". No me propongo aquí discutir la serie de incógnitas y variables que la sentencia en cuestión es capaz de generar. Lo que me gustaría es evocar en el lector la existencia de un "otro mundo" concreto, en el que habiten todos los ingredientes de los cuales no pueda afirmarse que "no son nada del otro mundo". Es decir, los que sí son de ese otro mundo. Se entiende entonces que en ese otro mundo, todos los ingredientes son magníficos y deliciosos, genuinos y espléndidos, geniales y únicos. Así -si no permitimos extensión semántica ninguna- ese paraíso sería exclusivamente culinario. La multiplicidad de consecuencias y variaciones que la materialización de esta idea significaría, queda de nuevo fuera del alcance de este estudio. Me conformo con imaginar el nacimiento de expresiones -literales y sin ironía- como "Quiero una pizza del otro mundo", o "¿Tienen aceite del otro mundo?", o también, "Restaurante El Otro Mundo", etc.

01 abril 2012

[chorradas del lenguaje]

En el hipotético caso en que la población humana se estancase -me imagino, en un contexto futurista y tecnológico en que los nacimientos fueran controlables y además, por alguna razón, suprimidos- y no hubiera por lo tanto regeneración de nuevos habitantes en el planeta, uno de los múltiples fenómenos que podrían suceder, sería la existencia de lugares turísticos que la totalidad de la especie humana hubiera visitado en alguna ocasión. Cuando la primera -y completa- oleada de personas sobre la faz de la tierra hubiera terminado con su única visita, se produciría el lento goteo de casos residuales de los que acudieran por segunda o tercera vez. Debido a la natural tendencia humana hacia el gusto por la novedad, sería inevitable llegar a un momento a partir del cual, la estadística de número de visitas anuales, durante todos los años, fuese de una contundente y desalentadora ausencia total. Es cierto que alguno de esos parajes podría ser de una belleza apoteósica o en cierta manera adictiva, pero, en el hipotético caso de que no fuera así, y que, en cambio, se alcanzase la triste e infinita nulidad en el recuento de visitantes, me imagino la escena en que aparece el último de esos turistas. El último de todos. Una característica gregaria que distingue a los turistas es que suelen seguir a los otros turistas, así que cuando el protagonista secundario de esta historia comprende su inesperada soledad, decide preguntarle a un peatón con aspecto de nativo, porqué no hay nadie sacando fotos, o admirando el sitio en cuestión. Pensar en un universo, en que las frases inexactas de nuestro catálogo habitual de expresiones, interpretasen su sentido al pie de la letra, es un juego absurdo que me divierte, y en este caso, alguna desconexión -o alguna conexión- estúpida e inútil, hace que me entretenga largamente en imaginar al lugareño de turno, gozar del singular y genuino placer de pronunciar con su pleno significado literal, la respuesta: "porque todo el mundo ya lo ha visitado".

20 marzo 2012

[paisaje solador]

La clara mañana en que hayamos resuelto nuestras incógnitas, sentiremos un vacío que nos dejará mudos. En lo inaudito de una visión diáfana, sentiremos la ausencia total de fracturas, y el tiempo -como una gota de agua que permanece- nos parecerá único y compacto. Fatigados, padeceremos el esfuerzo de nuestra hazaña, y a nuestros cuerpos, tumbados en la playa, abrazarse les será necesario.

16 marzo 2012

[rumores]

Los alientos de los otros nos incordian. Desde un paso atrás, enrarecen el ambiente. La grave ausencia de alicientes propios les obliga a entretenerse con nosotros: sus manos viscosas, sus subterfugios gastados. Son voces ahogadas de almas pusilánimes, y aunque repugnen como el hedor de unas ridículas heces caninas, he de reconocer que en su insistente empeño por salpicar miseria, logran un triste objetivo: en lugar de batir las alas y dejarme llevar por la dirección del viento, escribo malhumorado este párrafo de rabia y antipatía.

16 febrero 2012

[estudio de la variación de un timbre]

Tu voz tiene distancias con vida propia. Camaleónica, se transforma sobre sí misma a medida que se aproxima. Allá, en lo más lejano, es el canto de un pájaro que vuela bajo, sutil, pero presente. Como un violín que destaca humilde sobre una orquesta de rumores, nace la sospecha de que algo bello se acerca.

Cuando su presencia -aún distante- ya no puede ignorarse, es agua clara que desemboca sobre una hierba -verde como la primavera- y la inunda, incesante y deliciosa. Después, cuando está casi al alcance del tacto, sus ondas vibran y lo rodean todo, y me abrazan por completo. Nítida y graciosa, elocuente como una guitarra traviesa, tu voz es entonces una niña que ríe; y su fuego encendido, una armonía hipnótica.

Pero si no existen fronteras entre nosotros, y ocupo tus labios -y eres toda aliento y sabor- los silencios toman la palabra, el paisaje de aromas eclipsa la partitura, y una brisa ligera esparce el calor que nos reconforta. Ahí los susurros son tesoros del alma, joyas de hielo que se deshacen, como misterios resueltos por la simple calma del tiempo.

Es sólo cuando estoy dentro tuyo -tanto, que creo serlo- que pierdo la conciencia de en qué se ha convertido. Dices esa palabra que sabes, silbas esos fonemas que inventas, y todas tus voces se alinean en círculo, se entremezclan, y forman un coro, excepcional y purísimo. Y en el éxtasis de su metamorfosis, tu voz me derrota, como lo hace el amor cuando somete a sus amantes.

14 febrero 2012

[localización exacta de una emoción]

En el interior del triángulo que forman tus pechos y la parte más suave de tu cuello, reside -impasible y profundísimo- el centro del universo.

10 febrero 2012

[dramatización de un deseo]

En tus ojos habita una fuente de luz. Cuando estás de espaldas o escuchas silencios, su brillo es tenue, casi imperceptible. Pero yo sé que está ahí: dentro del nido de tus alientos, permanece latente, discreta, a la espera de resplandecer. Y es cuando me miras directamente -y tus pupilas vibran de energía- que su fulgor crece, se expande, y estalla como un volcán en erupción lumínica. Es muy difícil resistirse: parece que te atrapa, que te absorbe, que te fulmina. Y el dolor -la ansiedad de su posesión- es insoportable.

05 febrero 2012

[sobre el enfrentamiento directo del escritor contra el papel en blanco]

Si ya se tiene una idea previa de lo que se quiere escribir, entonces las palabras fluyen como volcadas desde un recipiente abierto, que sólo esperaba a poder liberarlas. En la ordenación de frases, la elección de expresiones y el retoque de imágenes, el autor se entretiene en dar forma a su mensaje. Las relecturas en voz baja, las supresiones y las modificaciones, perfilan el texto que habrá de pasar el más exigente de los exámenes: el propio. Algunas veces -si hay suerte- llega una última revisión que satisface de manera contundente; otras veces esto no sucede, y habrá que abandonar el trabajo, para que en un momento más propicio pueda acabarse la obra. Pero hay ocasiones en que al enfrentamiento se acude desnudo, vacío, desprovisto de ideas. Es entonces cuando se produce un momento en que parece que el tiempo se ha parado. Como abrazados a una paz insólita, los pensamientos del artista se colocan en una especie de escaparate interior, y esperan inmóviles a ser elegidos. Es un momento magnífico de introspección a toda velocidad, que no se entretiene en analizar o sentir, sino que valora y escoge, en función de la posibilidad de obtener belleza a través de su literatura. La elección es tan subjetiva como aleatoria, pero su proceso -breve e intenso- proporciona un instante mágico de meditación, terapéutico y tranquilizador.

04 febrero 2012

[azul grisáceo]

El pequeño segmento que separa la lucidez del sueño, es en realidad un abismo en forma de espiral, que conduce al núcleo de nuestro subconsciente. Como partículas esparcidas por un viento arremolinado, las neuronas bailan por circuitos concéntricos, que adoptan los colores de la última visión que nuestros ojos captaron. En esos caminos, el abanico de imágenes oscila entre el recuerdo geométrico y su creación efervescente. Son habituales los túneles tridimensionales y los recorridos aéreos; lineales, veloces, fractales... hermosos. Su belleza y plasticidad nos resultan sorprendentes, sobretodo por la claridad con que las vemos. Poco acostumbrados a lo incomprensible, creemos que aĺgún error se produce en nuestro cerebro, cuando en realidad, lo que hacemos es echar un tímido vistazo a las profundidades de nuestra esencia.

02 febrero 2012

[la chica ocaña]

Chispas, chiribitas y punzaditas en lo más hondo; el principio de un eclipse medular. Un palmeo de nubes: un redoble de estrellitas, que explotan descontroladas, como palomitas. La ingravidez momentánea, la desconexión del núcleo, la partitura de una bulería. Como el sonido del agua, o el eco de un quejido. La calidez de su ronroneo.

31 enero 2012

[right before then]

Una minúscula imprecisión en el libro maestro; una grieta con la forma de dos lunas -tumbadas en el tejado-, que te sonríen. Cada letra un color; cada color, una tecla. Y aún es pronto para amanecer. El fulgor expectante, el río de palabras, calmo y sedante: la revelación es inminente.

30 enero 2012

[el dos y la chica]

Me fascina cómo mis perros se pelean por una caricia mía. Muy atentos, mueven la cola cuando les dedico nuestros ruidos exclusivos. Si es en ella donde está mi mano -en lo suave de su piel de pelo-, él se queja y me la empuja con el hocico; si estoy con él, entonces ella me lame y me relame hasta que consigue su objetivo. Siempre acabo por usar las dos manos. Soy su repartidor de amor.

29 enero 2012

[conjetura emocional]

En algún lugar de las leyes de la Física tiene que estar escrito, que cuando una luz se enciende, ciertos ruidos se apagan.

24 enero 2012

[russian red]

Un hombre aislado en el ángulo opaco del mundo, la soledad es extrema. Inevitablemente, su cerebro inventa recursos, crea personalidades. Nace la locura. En conversaciones y juegos desaprende, investiga. Que nadie rompa el embrollo de su incoherencia, es feliz.

22 enero 2012

[buscando a josefina]

Napoleón Bonaparte está estudiando un mapa, tiene dieciséis años. Hay una cuestión que no consigue descifrar: quiere saber cómo deducir pendientes de una manera simple. Soy su profesor de Matemáticas. Cuando ha comprendido, sus pupilas se dilatan casi imperceptiblemente: ha recorrido en un lapso de ensueño la trayectoria que habrá de llevarle a su ansiada gloria. Después, en su mirada de agradecimiento, descubro viejos recuerdos que -ahora yo- no consigo descifrar.

20 enero 2012

[cómo ser inteligente 3.0]

Partiremos del conjunto de palabras de un idioma determinado, y escogeremos un número finito N lo más grande posible. La finitud de N es necesaria para que el sistema sea efectivamente programable. Al valor N lo denominaremos capacidad intelectual. Después generaremos aleatoriamente todas las combinaciones posibles de longitud N con las palabras disponibles, y le asignaremos un índice a cada una de ellas. La idea es tener una base de datos por cerebro. En cuanto a la estructura, clasificaremos los datos en otro número finito M de tablas, dotando al sistema de la capacidad para construir nuevas tablas en caso de encontrarnos en situación real de insuficiencia. El parámetro M y las condiciones que diseñemos para variar su valor, configurarán nuestra capacidad de abstracción. En cambio, la pericia con que escribamos nuestro código para que salte de tabla en tabla, se traducirá en agilidad mental. En cuanto a la entrada de datos, la gestionaremos mediante un filtro de validez que compare los determinados estímulos con la memoria residente en la base de datos. Al conjunto formado por la amplitud y el código de este filtro lo llamaremos receptividad. Para disponer eficientemente de los datos, generaremos consultas condicionales para recuperar la información alamacenada, acciones de modificación por si es necesario realizar cambios, y sentencias para la eliminación de registros si precisamos olvidar u omitir información. A la gestión y conectividad entre estos procesos le llamaremos aprendizaje y crítica del sistema. Respecto a la maquetación y a la comunicación con otros cerebros o entidades, dispondremos de otro número finito (también ampliable) de formatos (que llamaremos personalidades), decidiendo cuál usar en cada contexto mediante un algoritmo propio que llamaremos empatía, y que deberemos implementar con la máxima compatibilidad posible. Ese algoritmo será también el gestor de nuestro estado de ánimo, y deberá ser modificable -por nosotros, o por agentes externos- de manera dinámica. Finalmente, tras la compilación de todos los mencionados núcleos y de sus conectores, consideramos fundamental permitir instancias puntuales de incoherencias del sistema.

19 enero 2012

[03:17, exterior, noche]

La noche es un espacio cerrado, sin luz ni calor, que vigoriza las sombras. Sus arcos invisibles y sospechosos, son ojos que sueñan sin decir nada. Pero por toda la esfera de direcciones que la rodea, se nos escapa -vuela- por precipicios infinitos, siempre abierta a posibilidades que aún no existen. Así es su magnífica contradicción, su belleza previa, su configurable magnitud.

11 enero 2012

[dulce fracaso]

Ráfagas violentas de aire vertical: no abres los ojos. La espalda arqueada; los brazos, en absurdos círculos. Después del vacío, el impacto brutal. Y tú, tan relajado, sin miedo a morir.

[la tapa de la caja negra]

Para definir la tapa de la caja negra bastaría con decir que estaba sucia y que su tacto era desagradable; pero había algo más en ella. Las sucesivas capas de polvo sedimentado se agrupaban de una manera peculiar, puesto que en lugar de organizarse en estratos por antigüedad, los diferentes niveles formaban un único perfil, compacto y homogéneo. Esa uniformidad resultaba sospechosa. Como si ninguna época de acumulación de residuos quisiera significarse, decididas todas a unirse en un sindicato unificado y atemporal de la suciedad. En cambio, la gruesa capa de mugre rugosa tenía un tacto irregular, accidentado, que recordaba al de la orilla de una playa de piedras. Había incrustados en ella todo tipo de objetos minúsculos, los detalles de los cuales eran apreciables con toda claridad. La experiencia mística se completaba con acariciar aquel elegante montón de deshechos tan delicadamente decorados. Pasar los dedos por la superficie de aquella roña mágica producía un efecto de viaje hacia las memorias más íntimas. Recordé anécdotas que creía olvidadas y soñé imágenes que me sorprendieron. Vagué deteniéndome entretenido entre una y otra idea, hasta que topé con la inquietud básica -el misterio infantil- de liberar un secreto. Y es que jugar y fantasear con los estímulos de la tapa tenía un tiempo limitado, tras el cual proseguía inevitablemente el descubrimiento de la verdad. Así que abrí la caja.

20 junio 2011

[flying flies]

Normal, que las moscas a la muerte lleguen tan exhaustas, y que sus cadáveres den la impresión de haber llegado a la más extrema extenuación, su vida agotada hasta el último límite. Normal, si su corto periplo por los aires, su rápida y única explosión de energía, la gastan como niños locos revoloteando en vuelos frenéticos y aleatorios sin descanso, en persecuciones obsesivas aterrizando y despegando sin sentido, explorando como suicidas. Pobres moscas, que no conocen la paz hasta que se mueren.

[10^3]

Durante el día suceden mil cosas. Aparecen y desaparecen mil personas, se ven mil imágenes, se pierden otras mil, se oyen mil sonidos, se confunden mil más. Se piensan mil cosas. Se respira mil veces, se habla mil veces, se asiente mil veces más. También hay mil días seguidos, y miles de grupos de mil días agrupados en miles, de mil en mil. Todo es mil, la clave es el mil. Mil. El mil.

18 abril 2011

[hamdoriláh]

el trono de perlas de tierra donde dormías
no sabe de dónde regresas.

las sonrisas magnéticas que me desequilibran
no sospechan en qué afecto nacieron.

ni tampoco el hechizo fulminante de las imágenes
entiende porqué está surgiendo efecto.

suerte que en tus ojos, se produce la paz,
se alinean los signos, se escucha la noche, y hamdoriláh.

02 febrero 2011

[en el trámite]

él trata de reavivar el humor que les mantenía unidos.
repite gestos y bromas, pero ella no ríe, y él se siente obsoleto, caduco.
detesta leer en su cara la compasión de los que ya han pasado de página.

cuando se despiden alarga el abrazo exageradamente,
y la sonrisa que consigue de ella le parece que es humo que se deshace.

28 enero 2011

[instante infeliz]

el hombre que sujeta la cuerda rota, está de cara al mar.
trata de encontrar algo en el horizonte;
se imagina que atraviesa las olas,
que enseñan sus dientes cuando rompen a lo lejos.

pero tiene frío, y se siente pesado.
de manera que la imagen que tenía que aliviarle, ha acabado por herirle.
se marcha cabizbajo, sin soltar la cuerda de sus manos.

30 diciembre 2010

[diálogos (3)]

¿Qué tienes entre las manos?
Agua: es agua.

15 noviembre 2010

[diálogos (1)]

Qué es la noche, señor Sú.
Un halo de sombras que nos abrazan, Nune.

10 noviembre 2010

[sentencia incontestable]

No por recordarme que también soy humano,
impedireis que alcance mi apoteosis.

03 noviembre 2010

[no title]

La invención de Nune fue la parte más difícil. Tuve que imaginar una especie de ganadora del concurso femenino de mi imaginario. Como la seleccionada por el tribunal de mis deseos, aunque con una clara consigna: que no fuera perfecta. Ese detalle, unido a la precisión y a la profundidad que necesitaba cada uno de los personajes, empezó a erosionarme. No conseguía imaginar nada completo, y a medida que me desesperaba, que fallaba en conseguir esa Nune perfecta y no perfecta, lentamente, perdía mi fe en la existencia del amor. Era un razonamiento simple: si no soy capaz de imaginar una Nune real, es que Nune no existe. Es que no existe el amor.

[dicción aria]

Te pusiste a buscar una palabra adecuada.
Probaste, comparaste, y al final la encontraste.
La primera vez que la usaste fue en un dormitorio hueco y desconocido.
Un laberinto de cuerpos en una orgía magnética.
Después vino la revisión de significados.
El pasar de la pasión.
Ahora tu palabra te resulta lejana y críptica
como un idioma olvidado.

[blossom blues]

Heridas que esperan para ser curadas: vacíos que hablan, y lo llenan todo.
Yo sólo puedo hablar de este momento.
Soy un ser supérfluo al que le aterroriza la vida.
Mi visión no es periférica. Olvido la importancia de las cosas.
Y esta vida rica, esta vida cómica, esta vida absurda,
se me come.
Me arranca de mis adentros, y se me come.

25 octubre 2010

[nota mental]

para, para: no
no te has dado cuenta
de que no, que no,
de que no eres ya el mismo,
no.

12 octubre 2010

[serie de poemas]

[1]
gotas de lluvia, ojos
que se deslizan por la ventana
sin mirarnos
y caen pavorosos sobre la nada

[2]
a medida que desciendes
el frío es una niebla
que no sientes

[3]
llegas al fondo de lo absurdo
y lo oyes temblar, indeciso,
sin fuerzas para protestar

[4]
abandonado a la oscuridad pesada
de un desierto gélido de arena
he sentido que no soy nadie

29 noviembre 2009

[el viento]

Hoy el viento me ha sacado de paseo.
Me ha subido a su magnífica estela y me ha convertido en parte de ella.
Con total entusiasmo me he dejado llevar.
Hemos ido por todo lugar que nos ha apetecido.
En ocasiones, directamente hacia el sol, y a veces, por dentro de la hierba.
Ha sido increíble.
Hemos ascendido, hemos descendido, hemos saltado y hemos caído.
Cuando rozábamos con el cuerpo la tierra o los árboles, sentía zarpazos en la piel. Rugidos de la piedra y la madera.
No nos hemos topado con nadie.
Sólo algunos animales, la inmensa naturaleza y su pacífica red de caminos.
Al volver, naturalmente, empezaba a atardecer.

[descripción]

El momento en que de verdad empiezas tu largo viaje. El momento en que tomas asiento en una cómoda butaca del tren de largo recorrido al que te has subido. La manera en que la suavidad de su respaldo equilibra la inquietud que te ha traído hasta aquí, y que te ha hecho tomar una vez más, otro violento cambio de ruta.
Esas primeras miradas con los compañeros de vagón, tratando de comunicar ansioso tus emociones con las suyas, como si se pudiera conseguir a través de una conexión visual lo suficientemente profunda.
Luego la soledad de tu asiento, tu ración de ventana, tu primera sensación de movimiento y tus primeros metros recorridos. La impresión de que por fin, todo queda atrás.
La respiración tranquila, el traqueteo del tren, algunas voces. Un ligero descenso de la presión arterial, y un brusco efecto corporal: la clarísima inyección de libertad saciada. Nítida como la satisfacción de una droga.
Pero después, un súbito nudo en el estómago. La idea de que ya no hay vuelta atrás. Que ya te has marchado, que ya no puedes volver. Pinchazos imperceptibles en el cuello, presión en el estómago, incomodidad entre pulmón y pulmón. El inesperado y asfixiante vistazo al abismo de una verdad tantas veces desaprendida: las cosas no quedan atrás. Las cosas viajan contigo.
Un poco más de presión en el estómago, más suave, vertical, hacia el pecho. Hormigueo en las sienes, y finalmente, otra profunda respiración.

26 octubre 2009

[suceso muy preocupante]

un colosal disparate cotidiano te advierte
de una próxima muerte absurdísima.

cuentas los segundos que quedan,
los ordenas en cajas según su significado
y corres a ensimismarte en la música de los números.

temes que cuando las sombras lleguen a tu escondite
veas al sol ponerse y a la luna crecerse
y que sólo haya dos caminos, una cama vacía

y tus manos tiemblen, sobredimensionadas
pero sin fuerza.

24 agosto 2009

[reencuentro con la luz de la estrella en el insoportable calor del verano]

ruge el universo,
las ruedas de los últimos coches,
y el silencio de la luz de las estrellas.

todo es sopor en la paz de la noche.

24 marzo 2009

[naturaleza oscurísima]

pequeñas explosiones desequilibrantes
van consumiendo tus rasgos de bondad.

poco a poco te conviertes
en el ser más odiado
por los que murmuran.

03 octubre 2008

[quite quick, right before]

poemas rápidos:
maneras de solicitarle
a un niño
los afectos
de sus después.

02 octubre 2008

[splash of a single drop]

suaves y lentas
se acomodan
nuestras delicias

el amor
nos reconforta

22 septiembre 2008

[rebirthing]

vuelvo a sentir la respiración consciente,
su estricta pureza:
su fuente y su espejo.

ríos de energía
me hinchan de vida.

03 agosto 2008

[poema a la noche]

siento la noche aconsejar permanecer en pausa.
el total vacío de su abrazo
es el de una madre en silencio,
con los ojos cerrados.
y se funden todos los trazos de mis manos
en su quieta sabiduría.

[2]

centro la mirada sobre el perfil de nuestras cosas.

como brotes de amor,
las imágenes se me presentan
todas a la vez.

escojo tus labios, mi confianza,
y asimilo el horizonte.

18 julio 2008

[1]

sabes, he visto la luna, y era llena.
me ha hablado todo el camino,
me ha entendido, me ha escuchado
y ha confiado en nosotros.

27 abril 2008

[fa calor]

tot és clar
i la llum es mou
com un ocell
que ens acaricia

tu,
en el fons de la superficie
dibuixes gràfiques
impossibles

sóm l'amor
en el seu estat més colorista.

25 abril 2008

[brazilian lounge]

de sobte esculls
la part més intensa
de la soletat

et perds en tu mateix
i mires enfora
com si un vidre d'aigua clara
te'n separés

prens del silenci paraules noves
pendent del pròxim moment fractal

i sense perdre el neguit
de les músiques màgiques
sents que no hi ets
però que tot ho sents

i l'oblit et recomforta.

24 abril 2008

[despertars]

t'hauré estat esperant
impacient
quan per sorpresa em capgiris el món
i els teus llavis
em facin de partitura

18 abril 2008

[teorema 27]

m'endinso en l'arquitectura
de l'aigua
i senzillament
tot quadra

15 abril 2008

[liquid fire]

cronometras el tiempo que queda
para la respuesta de la metafísica
fotografías las caras del ocio
recalculas operaciones y gestos
saltas y corres y ríes y lloras
y el resultado da séis

18 marzo 2008

[puigsacalm]

arrítmica desde su inicio
la ascensión
fue exitosa
y una vez en la cumbre
sus movimientos
segregaron libertad

06 marzo 2008

[proverbio catalán]

sucede que un día y otro día y otro día
me enamoro más y más y más
de nuestra cotidianeidad

04 marzo 2008

[profunda dicotomia]

el meu cap
sobre el teu ventre
-no ens diem quasi res-

podria morir
-o viure per sempre-
en el suau
de la teva pell

25 febrero 2008

[don't look back]

tómate un respiro, un descanso, tómate la simple molestia
de parar el reloj, de respirar, de detener el ritmo de tu andar:
párate, párate a disfrutar de la dulzura de este momento
tal vez mañana no recuerdes, tú sabes que las cosas son así
el tiempo no retrocede y es ahora, tan ahora, siempre ahora

22 febrero 2008

[tutoría]

sometido al chantaje emocional de los alumnos
el profesorcillo de matemáticas sensiblón
tuvo que llorar en sueños

21 febrero 2008

[un segundo]

piensas que vas a caerte por el profundísimo abismo
te abrazas al miedo miras atrás te tiemblan las piernas
pero no es nada no duele no hay vértigo sólo hay calma
y te dejas llevar te sueltas te lanzas y ya vuelas

20 febrero 2008

[fórmula]

paz y temperatura
ingredientes
del amor

18 febrero 2008

[cosmètica]

no duu arracades
ni maquillatge
es diu somriure

14 febrero 2008

[avui]

hem dit si
i ens hem abraçat
a la mútua por

[movimiento]

supuse que estarías ahí
y estabas

06 febrero 2008

[personalia 2008]

Mi nombre completo es Avinguda Catalunya 13, 1º B. A mí y a toda mi familia, un edificio de cinco plantas con dos pisos por planta, nos contruyeron hace ya 56 años. Aún así, no somos de ésos que ya con esa edad empiezan con aluminosis, desprendimientos y problemas estructurales del estilo: hace cosa de cinco años hubo una restauración integral que nos dejó a todos como nuevos.
Hoy, 25 de enero de 2008, salgo a la calle. Agarro mis paredes, mis tabiques y mi suelo parket, y salgo a la calle. Es costumbre en nuestra tradición el hacerlo de vez en cuando, a veces más a menudo, a veces menos. Esta vez he tenido suerte, pues a cuatro manzanas de dónde resido voy a encontrar exactamente lo que estoy buscando.
Cuando llego, encuentro una larga y consistente cola en la entrada. Espero con paciencia. Hemos venido muchos, y todos hemos venido a lo mismo. Cuando es mi turno, el vigilante, un viejo caserón rústico de simple apodo Mas Molla, me pide la identificación. Lo normal es que con dar el nombre completo baste, aunque a veces hay que especificar la localidad, por eso de que hay calles que coinciden en varias ciudades, y pueblos.
Una vez dentro, echo un rápido vistazo. La feria ha sido montada dentro de un viejo pabellón de baloncesto, y el aspecto del ambiente es igual al de un salón del automóvil, o de muebles, o de empresas. Una infinidad de stands llenan el espacio y un gran cartel luminoso preside el recinto colgando por encima de todo el evento. En grandes letras puede leerse: “Personalia 2008. Encuentre su persona ideal ”.
El espacio está dividido en zonas que se corresponden con las características de los productos. Hay sección de hombres, de mujeres, hay divisiones por la edad, el poder adquisitivo, la raza, las tendencias sexuales… y los azafatos, la mayoría esbeltos chalets de urbanización o imponentes apartamentos de playa, enseñan a los visitantes las personas de que disponen, a veces presentes en el interior mismo del stand, a veces recogidos en fotografías dentro de extensos catálogos.
Hay ofertas tanto de personas individuales como de grupos, bien en familias, en parejas, amigos, compañeros de piso, de trabajo, estudiantes... Como siempre he sido sensible al exceso de ruido humano y sus corrientes energéticas rechazo este tipo de packs y me decanto por echar un vistazo a las ofertas de una sola persona.
Tal vez por afinidad con la distribución geométrica de mi arquitectura, o tal vez por la manera en que recibo la luz a diario, decido dirigirme a la sección de mujeres. Ahí, una de las azafatas, una ostentosa casa modernísima de nombre Paseo Marítimo 3, capta mi disponibilidad y me enseña varias mujeres.
Me enseña solteras, casadas, divorciadas, viudas, jóvenes, ancianas, y aunque todas parecen tener algo que las hace especiales, el miedo a equivocarme hace que desconfíe de todas sus aparentes cualidades.
Sin embargo en cierto momento dejo de prestar atención a sus catálogos y no puedo ignorar una presencia humana en un par de stands a mi izquierda. Nadie parece haberse fijado, pero cuándo yo lo hago, siento cómo mis persianas vibran levemente, mi suelo se ondea en finas rayas, y mis paredes se hinchan como inspirando con fuerza. Pienso, emociones como ésta sólo suceden muy pocas veces en la vida de un modesto piso casi céntrico como yo, así que sin pensarlo, me dirijo hacia ella.
Se llama Julia: le gusta ponerse en el café con leche una cucharada de miel, y va en bicicleta. En el momento en que la dejo entrar en mí por eso de probármela antes de dejarme llevar por demasiada impulsividad, puedo sentir como mi puerta sonríe con firmeza, mis techos asienten nerviosos, y mis ventanas brillan como cristales iluminados.
No me quedan pues dudas. Firmo los papeles. Me llevo a Julia. Paseo Marítimo 3 me estrecha la mano, y Julia y yo salimos al exterior. Mientras lo hacemos, ella me cuenta sobre los muebles que va a comprar, y yo le explico cómo son nuestros vecinos. Afuera, el sol se inclina invitando al suave recogimiento, y el ruido de los coches parece otra nube de las del cielo.

[alegato en defensa propia]

Desde hace unas semanas, he ido experimentando una evolución singular en la relación con mis amigos. Me explico. Hace poco me he mudado a un piso nuevo. Sucede que todas las visitas que recibo intentan hacerme sentir descontento con el lugar donde vivo. Pero donde todos insisten en encontrar defectos yo sólo hayo virtudes. Y de ahí nace el conflicto.
Pongo algunos ejemplos.
Me dicen, fíjate, la puerta ni siquiera puede abrirse, por eso es corrediza.
Yo siempre les respondo que tanto el verbo abrir, como su antisimétrico cerrar, siempre me parecieron demasiado paradójicos como para tenerse en cuenta. Pero sin apenas escucharme, una vez entran en mi cubículo privado, se horrorizan por el metro y medio de altura del techo. Les digo que en lugar de desgastarla, opino que esta circunstancia fortalece mi espalda. Pero sus rostros ya han iniciado un abanico de muecas reprobatorias, que gruñen, ¿y dónde está la cocina? Les señalo la estantería roja que uso para colocar el camping gas y los tres utensilios de cocina con que me basto, pero para cuando agrego que su mantenimiento me supone sólo el uno coma quince por ciento de mis ingresos, las venas de sus ojos ya han empezado a sangrar levemente, como inundadas de una ira cuyo origen no alcanzo a entender.
A partir de entonces, ya sin capacidad para percibir otra cosa que su diabólica lista de imperfecciones, van descargando a discreción sus vehementes ataques.
Cómo puede ser que el lavabo esté en el espacio que queda por debajo de la litera.
No veo inconveniente en convivir con mis propios olores.
Pero si sólo te cabe la mitad del cuerpo en la cama.
Los días pares duermo torso, brazos y cabeza, y los días impares zona lumbar, piernas y pies.
No hay ventanas.
Si necesito contactar con el espacio exterior, salgo a la calle.
Pero si ni siquiera cabemos aquí los dos.
Ahí, suelo reprimir la sinceridad de decirles que encuentro terrible el momento de echar a tus invitados de casa, pero a causa de mi inquietante silencio, crecidos en el afán de victoria en su absurda batalla, ya listos para clavarme su estoque final, rebosantes de crueldad, triunfales, me preguntan por el precio del alquiler.
Cuando se lo comunico, siempre, de forma infalible en cada uno de los casos hasta ahora sucedidos, se marchan indignados, cabreados, como insultados, con actitud decepcionada primero, ofendida después y despectiva al final, balbuceando y gritando agresivas frases acompañadas de golpes, injurias, amenazas, empujándome algunos, escupiéndome otros y propinándome algún puñetazo o alguna patada los más atrevidos, para por fin abandonar mi hogar intentando en vano dar un portazo con la puerta corrediza.
Cuando se marchan, un repentino y cálido silencio me abraza, y de nuevo en la intimidad de mis pensamientos, me repito con firmeza que ha llegado el momento de encontrar nuevos amigos.