01 abril 2012

[chorradas del lenguaje]

En el hipotético caso en que la población humana se estancase -me imagino, en un contexto futurista y tecnológico en que los nacimientos fueran controlables y además, por alguna razón, suprimidos- y no hubiera por lo tanto regeneración de nuevos habitantes en el planeta, uno de los múltiples fenómenos que podrían suceder, sería la existencia de lugares turísticos que la totalidad de la especie humana hubiera visitado en alguna ocasión. Cuando la primera -y completa- oleada de personas sobre la faz de la tierra hubiera terminado con su única visita, se produciría el lento goteo de casos residuales de los que acudieran por segunda o tercera vez. Debido a la natural tendencia humana hacia el gusto por la novedad, sería inevitable llegar a un momento a partir del cual, la estadística de número de visitas anuales, durante todos los años, fuese de una contundente y desalentadora ausencia total. Es cierto que alguno de esos parajes podría ser de una belleza apoteósica o en cierta manera adictiva, pero, en el hipotético caso de que no fuera así, y que, en cambio, se alcanzase la triste e infinita nulidad en el recuento de visitantes, me imagino la escena en que aparece el último de esos turistas. El último de todos. Una característica gregaria que distingue a los turistas es que suelen seguir a los otros turistas, así que cuando el protagonista secundario de esta historia comprende su inesperada soledad, decide preguntarle a un peatón con aspecto de nativo, porqué no hay nadie sacando fotos, o admirando el sitio en cuestión. Pensar en un universo, en que las frases inexactas de nuestro catálogo habitual de expresiones, interpretasen su sentido al pie de la letra, es un juego absurdo que me divierte, y en este caso, alguna desconexión -o alguna conexión- estúpida e inútil, hace que me entretenga largamente en imaginar al lugareño de turno, gozar del singular y genuino placer de pronunciar con su pleno significado literal, la respuesta: "porque todo el mundo ya lo ha visitado".

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