01 diciembre 2012

'Teaching manifesto', o Crónica de un desencanto

Dedicaba toda su energía a la cuestión de formular preguntas y discutirlas. Con el entusiasmo con que explotaba las ideas que le gustaban, se concentraba tanto en tratar de desarrollar ese aspecto entre sus alumnos, que posponía al máximo la elaboración de las respuestas. Y cuando ya no había más remedio que abordarlas, las permitía incorrectas o incompletas. Ponía el énfasis, primero, en el diseño de estrategias originales y, después, en el análisis de los resultados. Era el reflejo de una personalidad aficionada a la introducción y al desenlace de las historias, que aborrecía sus desarrollos. Pero también era reflejo del conocimiento de la tecnología disponible en el tiempo en el que vivía. Las herramientas modernas convertían las cuestiones mecánicas en un simple trámite, pero el sistema educativo, con sus temarios y sus pruebas de nivel, se resistía a incorporarlas con naturalidad, e insistía en forzar a los alumnos a atravesar, paso por paso, los grises caminos de unos procesos que ya estaban automatizados. Algunas veces los alumnos descubrían por sí solos las herramientas que necesitaban, y otras, era él quien se las proporcionaba: había que conocer esos procesos, pero se exageraba en la profundidad de su estudio, y el tiempo que se veía forzado a desperdiciar en las mecánicas, era tiempo que podía emplear en el cultivo de la creatividad y el pensamiento crítico, en una materia tan sugerente como las Matemáticas. Y ahí empezó el desapego, el malestar, el conflicto: la erosión de aquella pasión de los primeros años.

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