18 junio 2012

[en síntesis]

Quiso terminar -cerrar- el generoso espacio que había abierto para escribir, porque ya no lo podía mantener. Habían cesado de fluir las palabras: no había nada más por decir. Había gastado la tinta en euforias y pasiones, y ahora, que sólo sentía el silencio íntimo de su propio vacío -concentración pura en la ausencia de ideas- era incapaz de escribir más. A este punto había llegado después de descartar, por tontas, una idea tras otra. El abismo al que se asomaba era ficticio -pues no puede haber nada donde no hay nada-, pero el dolor era real, lúcido y diáfano como una voz grave y perfecta. Pero terminar -cerrar- el generoso espacio que había abierto para escribir, era también huir, y pretender llegar a una síntesis, como si se tratara de un ciclo con final, era una ingenua osadía, y también un fracaso, un abandono impropio de una mentalidad analítica e investigadora. Así que se mantuvo un rato más, atento y silente, y esperanzado, como si estuviera a punto de descubrir lo que a toda la humanidad se le había pasado por alto.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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