04 diciembre 2012

[Fonética de un ladrido]

Perros y humanos: substitución masiva de cerebros entre las dos especies. Suplantación total de unos, en los cuerpos de los otros, y viceversa. Esa sería la definición del contexto imaginario que propongo, seguramente producto del largo tiempo que paso con mis dos perros, con los que convivo en un piso muy pequeño. Me dan compañía, les doy -y me dan- afecto, y pasamos muchas horas observándonos. Sus preocupaciones, que en su mayoría comparto, son una minúscula cantidad comparadas con las mías. Pero el experimento que planteo no es el de cambiarnos las pieles, y tratar de satisfacer las necesidades del otro desde la propia perspectiva, sinó, más radicalmente, conservar conciencia e inteligencia íntegras, y tratar de continuar con los hábitos anteriores al cambio, dentro del cuerpo del otro. Es decir, pensar como un perro dentro del cuerpo de un hombre, y pensar como un hombre, dentro del cuerpo de un perro.

Para que se cumpla por completo la situación que sugiero, debe aplicarse a la totalidad de los individuos de las dos especies. De esta manera no hay interferencias, ni personajes aventajados: que todos los perros del mundo habiten cuerpos humanos, y todos los humanos del mundo tengan cuerpo de perro.

Es muy probable que el caso de los cuerpos humanos con mente canina produjera escenas graciosas, ridículas, tal vez bizarras. Sería extraño que a alguno de ellos le durara mucho tiempo la ropa puesta, y en caso de hacerlo, la suciedad sería espantosa al cabo de muy poco. Si suponemos que heredasen nuestros sentidos (el olfato y oído humanos son mucho menos potentes que los de un perro, pero en cambio, la vista es muy superior), el impacto que este cambio en la recepción de estímulos les produciría, es difícil de prever. En este sentido, también lo sería la posesión de nuestros dedos y manos, nuestras articulaciones, nuestra movilidad, de más precisión, más utilidad, más especialización. Por su menor inteligencia, me inclino a pensar que serían incapaces de aprovechar significativamente estos recursos, y tal vez, desprovistos de su olfato, e incapaces de asimilar un proceso tan brusco, perecerían.

Dibujar el suceso simétrico también es entretenido. En primer lugar, siento curiosidad por saber cómo nos las ingeniaríamos para comunicarnos entre nosotros, puesto que no sería demasiado efectivo modular los ladridos para hacerlos comprensibles. Recurriríamos sin duda a la escritura, y ahí, como en toda otra acción humana que nos propusiéramos realizar, surgiría el problema de la insuficiencia física. Con las pezuñas de un perro, su poca elasticidad y su incómoda maniobrabilidad, nos sería muy difícil efectuar según qué acciones. Sin embargo, debido a la adaptabilidad de nuestros cerebros, opino que, con el suficiente entrenamiento muscular, avanzaríamos muy rápido en ese aspecto. De hecho, cualquier obstáculo instrumental sería salvable con buenas dosis de creatividad e ingenio.

Por su parte, las herencias olfativa y auditiva serían dos auténticos regalos para nuestros sentidos, que, de inmediato, añadirían riqueza a nuestras experiencias. En cambio, el movimiento de la cola del perro (cuando se agita excitada, se esconde atemorizada o se ondea intranquila), supondría un reto para nuestras costumbres: la expresividad humana no dispone de indicadores inconscientes -tan obvios- de alegría, miedo, o nerviosismo.

En conclusión, afirmo que el cambio, a la larga, nos beneficiaría a nosotros. Y es por ello, por el profundo amor que me une a ellos, por no desearles este extraño escenario que podría perjudicarles, que me siento feliz de que esta fantasía se mantenga en mi imaginación. Tal vez en unos cuantos años, en un parque de atracciones futurista con emuladores virtuales de especies, pueda realizar, por una moneda, este delirio absurdo de ensueño canino. Mientrastanto, me conformaré con seguir observándoles, con seguir amándoles.

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