08 enero 2013

[Itxaso Empatías]

Itxaso ejercía de psicóloga en una consulta en las afueras de la capital. Hacía años que lo hacía y gozaba de muy buena reputación, tanto entre los pacientes, como entre sus compañeros y subordinados. Atendía a gran cantidad de personas al día tanto en sesiones individuales, como en dinámicas de grupo. Su trabajo requería grandes dosis de paciencia, imparcialidad y empatía, y el abanico de personalidades y emociones con las que tenía que dialogar, comprender y tratar día a día, era extenso y diverso como una enciclopedia de las mentes humanas.

Itxaso disfrutaba de su empleo y toleraba sin problemas el gran volumen de trabajo diario. Pero el país entró en una profunda crisis, el gobierno se endeudó y los centros que dependían de la administración -como el suyo- empezaron a sufrir reducciones en sus presupuestos. Llegaron los recortes de personal y las ampliciones de horarios. En cuestión de meses Itxaso vio multiplicada la cantidad de personas a quien debía tratar y además, las pausas entre terapia y terapia, disminuyeron. En las últimas semanas antes de presentar su renuncia, Itxaso llegó a atender al doble de pacientes que en sus principios, ininterrumpidamente.

La ausencia de tiempo efectivo para el receso mental entre las múltiples terapias, en el que reorganizar sus estructuras empáticas para la siguiente sesión, fue el detonante de la transformación que Itxaso sufrió. Su extraordinaria habilidad para mutar de la personalidad de un paciente hacia la del siguiente, se convirtió en un defecto profesional que trasladó a su vida personal. A través de una absoluta generalización, su cualidad evolucionó hacia un sorprendente y formidable fenómeno fisiológico, imposible de corregir.

El don que Itxaso heredó de su experiencia en la consulta era tan maravilloso, como insoportable. Consistía en adoptar la emoción y el estado de ánimo de su interlocutor, inmediatamente después de entablar diálogo con él. Sin embargo, esta genuina y magnífica virtud resulta contraproducente, si se analiza la gran cantidad de conversaciones y personas con que uno puede convivir a lo largo de su vida. Si recibía una llamada de un amigo en estado de euforia, Itxaso adoptaba esa euforia. Si segundos después, charlaba con un vecino en pleno proceso de depresión en el ascensor, Itxaso asimilaba como suya aquella depresión. Si el cajero del supermercado donde hacía la compra tenía un fuerte remordimiento, lo integraba también. Si dialogaba con alguien alegre, se sentía alegre. Si lo hacía con alguien infeliz, la infelicidad pasaba a ser suya.

Alegría, pena, miedo; amor, desamor; prisa, calma, inquietud, incerteza; paz, desasosiego; ira, rabia, impotencia, dolor, sorpresa, asco, fascinación. Itxaso pasaba de un plano a otro en cuestión de segundos, al más puro azar, tan sólo comunicándose con las personas de su alrededor. La aleatoriedad y multiplicidad de esta dependencia del resto del mundo, derivó en una terrible extenuación mental que acabó por atormentarla, haciendo de su vida un insufrible tobogán caótico de las emociones, que no podía controlar.

Las personas cercanas a Itxaso, que sabían de esta radical e insostenible empatía, comprendieron sin objecciones el aislamiento al que se decidió someter. Itxaso decidió rodearse, exclusivamente, de animales. La pureza de su conexión con la vida, la simpleza de su inteligencia -y por lo tanto- su menor discusión interna entre lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, lo que es importante y lo que no lo es, proporcionaron por fin a Itxaso el remanso de paz que necesitaba, para poder sentir que volvía a ser dueña de sus emociones, y que su existencia, volvía a tener un sentido propio, sencillo y natural.

1 comentario:

Savino dijo...

Itxaso con perrotes. Final brutal!!

Eo itxaso, eo perrotes, perrotes, itxaso, perrotes con sus patetas