03 enero 2013

[Álvaro Travesías]

Álvaro era un enamorado de las travesías. Había dado la vuelta con canoa a varias islas, recorrido largos senderos a pie y en bicicleta de montaña, completado complejas rutas por tierra, agua y nieve, y escalado infinidad de montañas, rocosas y nevadas, que necesitaban varios días para ser coronadas. Siempre en contacto directo con la naturaleza, todas estas experiencias se basaban en la resistencia a través del tiempo, y no tanto en la potencia del esfuerzo que requerían. Una travesía lo era en cuanto que se dormía en ruta, se proseguía a la mañana siguiente y esto sucedía durante unas cuantas jornadas. Álvaro amaba la sensación que, aproximadamente al tercer día, le embargaba. Después de que el cuerpo se hubiera acostumbrado a la tarea física de que se tratara -remar, pedalar, caminar, escalar-, llegaba a un estado vital en que se acostumbraba de tal modo a repetir día a día la misma actividad, que le parecía natural que fuera, de manera definitiva, su modus vivendi. Los deportes anaeróbicos de moderada intensidad pero larga duración, le acercaban a su esencia animal. Le provocaban una especie de trance espiritual en que sus pensamientos armonizaban con el entorno y su existencia se convertía en un plácido paseo por la belleza.

Pero Álvaro llevó demasiado lejos su afición a las travesías. Empezó a encadenarlas con excesiva frecuencia, a veces faltando al trabajo, o pidiendo excedencias imposibles de mantener. Acababa una ruta en bicicleta, y al poco ya emprendía otro proyecto de esquí de fondo, y apenas unos días después del regreso, ya se organizaba para una escalada de una semana en la sierra. Podían contarse con los dedos de la mano los días al año en que descansaba, pero incluso esas jornadas entre un plan y el siguiente, le molestaban, le incomodaban, le ahogaban. Eran tan profundas sus ganas de seguir -siempre- haciendo lo que más le gustaba, que, poco a poco, fue perdiendo el control racional, y hasta llegar a una práctica totalidad, fue incorporando el concepto de travesía, a todas las acciones que realizaba, fueran o no deportivas.

De repente, sin preparación ni premeditación alguna, se quedaba bloqueado en el movimiento que estuviera realizando, y lo convertía en el objeto fundamental de una travesía, que hacía durar un número al azar de días. Esta aleatoriedad en la elección de la actividad, convirtió su cotidianeidad en una encadenación de situaciones bizarras. Perdió los papeles en ese aspecto. Una vez le encontraron yendo a tirar la basura de manera recurrente durante diez días, quedándose a dormir en una tienda de campaña justo en la puerta de su propio garaje. En otra ocasión, la chispa enfermiza surgió mientras cocinaba, y estuvo preparando recetas durante una semana y media. La gente del pueblo empezó a llamarle "el loco de las travesías": travesía de fregar los platos, travesía de barrer el suelo, travesía de leer novelas fantásticas, travesía de cruzar pasos de cebra, travesía de hacer la compra, travesía de visitar amigos, travesía de cantar, travesía de hablar en inglés, travesía de dormir, travesía de respirar... Álvaro lo convertía todo en una travesía.

Como es natural, esta anomalía en la programación de la duración de las tareas, era imposible de compaginar con una existencia normal. Después de varios episodios surrealistas, Álvaro fue expulsado del cuerpo de bomberos. Su mujer, que mantenía una difícil convivencia con su desequilibrio, resistía con infinita paciencia todo el catálogo de extrañezas a las que asistía. Sufría en primera persona los arranques absurdos en que Álvaro se perdía, y sólo podía recuperarle cuando conseguía proponerle alguna de las viejas travesías, durante las pocas y minúsculas pausas que dejaba entre sus múltiples delirios.

Pero cuando su mujer estaba a punto de perder la paciencia -y también los nervios- una noche, después de no haberlo hecho en mucho tiempo, Álvaro se acercó de manera íntima a su mujer. Ella lo recibió sorprendida, a la vez que halagada. Cuando, justo en medio del emotivo e intenso acto sexual que mantenían, Álvaro entornó los ojos de la manera en que lo hacía cada vez que entraba en un nuevo bucle, por un momento, su mujer sintió pánico. Sin embargo, después de las dos semanas y tres días que duró aquella antológica travesía del placer, pensó que, al fin y al cabo, aquella locura no estaba tan mal: decidió dejar de darle las pastillas que el psiquiatra le había recetado y se propuso aprender a reconducir la situación, para empezar a acostumbrarse definitivamente a la naturaleza de aquel hombre, mitad humano, mitad travesía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sorprendente...sorprendente a sido para mí descubrirte escribiendo letras encadenadas más allá que durante un verso... siempre te había visto cómo un Bécquer contemporáneo al que, cuándo yo leía, no podía dejar de versionar...jeeje pero me ha encantdo leerte hoy...sin tener que interpretarte, a pesar de que todo en realidad sea interpretable, no?
no he sabido hallar el motivo real que te ha ayudado a escupir estas palabras , pero conociéndote...seguro que lo hay jejeje sabes, y me hevisto reflejada en Álvaro... yo también soy de las "travesías" ....travesías diarias al ir a nadar, travesías semanales al ir a comprar, travesías cuando hago travesías...este año realicé sola de inicio, acompañada siempre ( alone but never lonely ) parte del Camino de Santiago... un placer vital para los sentidos...te lo recomiendo niño...
Por cierto, este finde bajo a casa...¿ nos vemos ?
Un besote